domingo, 21 de marzo de 2010

Praga.

Praga.

Praga.

Praga, capital de la antigua Bohemia.

Irene Adler.


“Para Sherlock Holmes, ella es siempre la mujer. Rara vez le oí mencionarla de otro modo. A sus ojos, ella eclipsa y domina a todo su sexo.”

Fragmento de “Un escándalo en Bohemia”

miércoles, 10 de marzo de 2010

"La palabra y la imagen".

"Sobre el concepto de Literatura".

Aproximaciones al Texto Literario
Conferencia

11 de octubre de 1997 - San Bernardo, Pcia. Buenos Aires. Argentina.
Auspicio: Dirección de Cultura del Municipio de la Costa
Organización: Poesía en el Tulgún


APROXIMACIONES AL TEXTO LITERARIO, van a ser aproximaciones evidentemente porque el tema es muy rico y muy complejo. Cualquier aspecto que tomemos desde el concepto: ¿qué es literatura?, promueve polémicas entre distintos autores. Yo voy a presentar algunas posturas, inclusive encontradas, y luego trataré de sacar mis propias conclusiones.
Analicemos, entonces un poco uno los términos del título: Literatura . ¿Qué es Literatura? Acá ya tenemos el primer inconveniente, porque de acuerdo a lo que en Sociología de la Literatura ha señalado Roger Escarpit: “Literatura es todo aquello que se basa en el empleo o el uso de la letra oral o escrita.” Y esta definición, que de por sí parecería que limitara el concepto de literatura, lo complica porque lo amplía enormemente. Desde este criterio, el concepto de literatura sería entonces aplicable a una obra literaria importante, trascendente, de creación, también a una gacetilla periodística, también a ensayos o por ejemplo a libros de cocina.
Sin embargo, gran parte de los autores insiste en que literatura y concepto de literatura debe estar asociado al concepto de creación. Por ende, hay que incluirle un concepto estético. Aquél que nos remite a la literatura como el uso de la letra, considera, por supuesto, a la letra en su aspecto de cosa o de objeto, es decir su aspecto formal, plástico y también como signo en sentido de la significación.
Hay un autor que acepta esta definición, no sin asombros, de lo que hay que incluir en este concepto de literatura desde este punto de vista, que es Francisco J. Hombravella. Pero causa un poco de gracia, una pregunta que hace el autor. Dice lo siguiente : “¿ quién, póngase por ejemplo, se atrevería a fijar la exacta línea divisoria que se intercala entre lo que realmente es literatura y lo que no es otra cosa que pura grafomanía ? Entiéndase por grafomanía esa tendencia maniática hoy tan de moda de escribir por escribir sin aportar nada nuevo.” Con lo cual este mismo autor vuelve al concepto de literatura como creación.
En el libro “De la Narrativa contemporánea”, de Patricia Rubio y Juan Carlos Lértora, leemos : “La literatura es una de las posibilidades que el hombre tiene para manifestar su potencialidad artístico-creadora - acá el concepto es bien claro - mediante ella puede aprehender estéticamente el mundo, expresar su propia individualidad y plasmar la sensibilidad de una época.” Luego dice: “Nunca ha tenido asidero verdadero la concepción que sostenía que la literatura copia e imita fielmente la realidad. Los componentes básicos del mundo real adquieren en la obra su propia organización y alcanzan una especial significación. Desde el instante en que el creador literario opera con su pluma sobre la realidad, allí mismo nace el mundo ficticio”- y sobre este término vamos a volver- “Aunque éste puede asemejarse al mundo real, su única condición de obra literaria reside en la organización de su material lingüístico. Mediante el lenguaje empleado en ella se ha creado un mundo autónomo, válido en, y por sí mismo, autosuficiente y autoexplicable” -surge aquí otro problema que se da entre los autores que consideran que la obra literaria es autosuficiente, autoexplicable, un mundo cerrado, y quienes consideran que esto deja directamente al lector afuera, sobre esto volveremos también.
Estos autores, Patricia Rubio y Juan Carlos Lértora, que consideran a la literatura, entonces a la obra, como un mundo cerrado dicen, en primera instancia : la obra constituye un mundo cerrado en sí mismo, pero la lectura posibilita la interpretación desde distintos puntos de vista, sociológico, histórico, fenomenológico, psicológico, no literarios, dicen, en sentido lato.
Paul Valéry tiene una posición también muy definida. Nos dice en su “ Introducción a la Poética” “La literatura es y no puede ser otra cosa que una suerte de extensión y de aplicación de ciertas propiedades del lenguaje” - ya entonces vemos que tiene un concepto también estético de la literatura, y sigue : “ella utiliza por ejemplo, para sus propios fines, las propiedades fónicas y las posibilidades rítmicas del habla que el discurso ordinario descuida.” Valéry está diferenciando el discurso ordinario o común del discurso literario que tiene propiedades específicas. Paul Valéry se refiere especialmente a la poesía y entonces tenemos que hacer un pequeño paréntesis para decir que si de la poesía hablamos, hablamos de lo que los lingüistas consideran un lugar privilegiado del lenguaje. Dentro de todas las manifestaciones de la literatura, en la poesía se crea lenguaje. Piensen ustedes : se parte del lenguaje, común u ordinario, para crearse un lenguaje propio ; es lo que algunos autores llaman un metalenguaje.
A partir del lenguaje común, la poesía crea lenguaje recurriendo a todas las propiedades que le posibilitan hacerlo. Ritmo, música, sonoridad, etc... Esto quiero aclararlo porque, lamentablemente, mucha gente considera que poesía es solo una descarga de sentimientos, y es bastante más complicado que eso, es la creación de una realidad a través de la creación del lenguaje, metáfora, símbolos, imágenes, para decir algo que el lenguaje común no alcanza a abarcar. Por eso la poesía procura el silencio, que no es el silencio de la nada sino que es el silencio creador. A partir de la palabra se llega a él. Es el silencio de lo indecible.
Volviendo entonces a esta concepción, dice Valéry que : “el poeta que multiplica las figuras no hace pues más que reencontrar en sí mismo el lenguaje en estado naciente.” Sigue diciendo : “El arte literario, pues, es aquél en que la convención desempeña el mayor papel, en que la memoria interviene a cada instante por cada palabra.”- Y luego afirma : “Es, de todas las artes, aquélla que utiliza el número más grande de partes independientes, sonidos, formas sintácticas, conceptos, imágenes etc...” Y aquí apareció otra palabrita interesante, convención.
Entre el autor y el lector se establece una relación muy particular, a esto lo llamamos convención. Lo cual está relacionado con el concepto de ficción, que paso a desarrollar. Cuando hablo de autor y de lector no hablo de las personas, la persona del autor, la persona del lector, hablo de roles y de funciones. El lector está incorporado desde el principio al texto como rol. Tiene una actividad recreadora y la de completar el texto ya previsto por el autor, que no es la persona del escritor sino que es el autor en función de un texto. Esta convención hace que surja un mundo muy especial, al que solemos llamar un mundo de ficción. El concepto de ficción, nos lleva inmediatamente a pensar en engaño, mentira. Pero desde el punto de vista de lo creado, dentro del arte en general, no sólo de la literatura, ficción implica la aparición de una nueva realidad.
Juan José Saer, en un libro que les recomiendo: “El concepto de ficción”, dice, “El rechazo escrupuloso de todo elemento ficticio, no es un criterio de verdad. El concepto mismo de verdad es incierto y su definición integra elementos dispares y a veces contradictorios.” En cuanto a la no-ficción dice : “Su especificidad se basa en la exclusión de todo rastro ficticio, pero esta exclusión no es de por sí garantía de veracidad. Aun cuando la intención de veracidad sea sincera y los hechos narrados rigurosamente exactos, lo que no siempre es así, sigue existiendo el obstáculo de la autenticidad de las fuentes, de los criterios interpretativos y de las turbulencias de sentido propias de toda construcción verbal.”
Hacemos acá un paréntesis, y nos preguntamos qué es realidad. Hay libros escritos sobre qué es realidad y los autores no se ponen de acuerdo. La filosofía tiene diferentes teorías desde hace cientos de años, pasando por los extremos, materialismo, idealismo y todas las concepciones intermedias. ¿Qué es realidad? Podemos apelar a la ciencia. La ciencia se cuestiona seriamente el concepto de realidad, hoy más seriamente que nunca. Cuando pensamos en todo aquello que se refiere a la teoría cuántica, es decir, de las partículas elementales de energía, los científicos han comprobado que estas partículas tienen un comportamiento imprevisible porque actúan de acuerdo a cada observador. Entonces es imprevisible su comportamiento. La masa misma del observador está influyendo en ellas ; entonces, esto relativiza la existencia de una realidad absoluta y constante. Seguimos extendiendo el concepto de subjetividad con respecto a nuestra aproximación a lo que llamamos realidad.
Pero aún así, pongamos por ejemplo, un ejemplo elemental : vamos al cine, hay una escena de amor, pero le faltan los violines, le falta la música, no está completa esa escena, nosotros lo sentimos. Pero en la vida real eso no existe. ¿O sí? ¿Hay una música interna, una vibración especial que no percibimos con los oídos. Para dar ejemplos: hoy decía en la radio, estuve brevemente en un programa, que está comprobado que esta mesa , señores, tal como la percibimos, no existe. La percibimos a partir de nuestros condicionamientos, así como hay sonidos que no escuchamos. Los colores tampoco existen como los percibimos. Esta mesa es un conjunto de átomos moviéndose vertiginosamente. Es decir : estamos percibiendo el mundo desde lo que somos, biológica y psíquicamente. Inclusive el científico que pone su ojo en un microscopio, hecho para su ojo, o en un telescopio, sabe que el universo que está observando ha desaparecido hace millones de años. Lo que pasa es que lo sigue viendo como existente porque la luz, demora mucho en llegar. Ese universo que está observando desapareció.
Y podríamos seguir dando ejemplos, pero voy a citar algo que es muy interesante, que es de un artículo del diario Clarín del 28/06/1992, es una entrevista a Alberto Maturana, notable biólogo y cibernetista, que nos dice , “ no hay nada afuera de la mente” - Maturana afirma en un momento dado - “No podemos decir sobre algo independiente de nosotros por la forma que estamos determinados en nuestra estructura, ni siquiera tiene sentido decir que exista una realidad como referencia. Y no sólo eso : pienso que lo que se vive no es una de las muchas realidades posibles sino la única posible. En cada instante vivimos lo único posible. ” Entre paréntesis, Maturana es un biólogo doctorado en la Universidad de Harvard , investigador asociado del Instituto Tecnológico de Massachusetts, profesor visitante de las Universidades de Illinois, en Estados Unidos, de Bremen , en Alemania y actualmente es profesor de Biología en la Universidad de Chile.
Maturana cuestiona la existencia de toda pared. El periodista le comenta que una pared está allí y no la podemos atravesar. Maturana sostiene :“No, nosotros concebimos una pared, grosor, resistencia color, etc... es lo que podemos percibir, pero en realidad allí lo único que hay es una experiencia se detiene el movimiento.” Luego, el periodista, le dice : “yo le pregunté al epistemólogo Heinz Von Foerster ...” -“qué le contestó.” “Que no lo podemos saber, tal vez ondas electromagnéticas.” Replica Maturana , “en cambio, yo le digo que no hay nada porque no tiene sentido preguntar por algo que no podemos conocer sin configurarlo. Porque conocer es configurar”,y luego dice algo bastante significativo : “Nuestra convivencia con lo real es un delirio en la convivencia. En cambio, la locura es un delirio en la soledad. Lo que hacemos nosotros no lo llamamos delirio precisamente porque nos coordinamos en el convivir.”Y finalmente llegamos a una parte que nos interesa para lo que estamos diciendo. Nos dice Maturana que sin el lenguaje no hay realidad, el universo es verbal.
Esto me recuerda lo que ha dicho Octavio Paz, poeta : por la palabra el hombre se ha creado a sí mismo, pero por la palabra el hombre es una metáfora de sí mismo. Según Maturana : “nombrar las cosas es darles una entidad real. ” Esto alcanza para relativizar ese concepto tan absoluto de que la única realidad es la inmediata. No es así.
Volviendo a Saer, “la ficción, desde sus orígenes, ha sabido emanciparse de esas cadenas. Pero que nadie se confunda : no se escriben ficciones para eludir, por inmadurez o irresponsabilidad, los rigores que exige el tratamiento de la verdad, sino justamente para poner en evidencia el carácter complejo de la situación, carácter complejo del que el tratamiento limitado a lo verificable implica una reducción abusiva y un empobrecimiento. Al dar un salto hacia lo inverificable, la ficción multiplica al infinito las posibilidades de tratamiento. No vuelve la espalda a un supuesta realidad objetiva : muy por el contrario, se sumerge en su turbulencia desdeñando la actitud ingenua que consiste en pretender de antemano cómo esa realidad está hecha. No es una claudicación ante tal o cual ética de la verdad, sino la búsqueda de una un poco menos rudimentaria.”
En un debate que hubo en Francia en 1965, entre intelectuales de izquierda, en el cual intervenían, Simone De Beauvoir y Jean P. Sartre, cuando se hablaba de literatura , Jean Paul Sartre saltó y dijo : “pero entonces habría que dejar afuera los ensayos” , porque se insistía en este concepto de la literatura como de creación. Esta conferencia fue luego impresa en nuestro país en el libro, “¿Para qué sirve la Literatura? ”De todo lo que se ha dicho allí , yo voy a extraer algunos conceptos. Por ejemplo de Jean Ricardou : “Este acto de escribir hace surgir un mundo nuevo cuya estructura es la del lenguaje. Y este mundo ficticio, obtenido por el ejercicio de la escritura, opone su estructura propia a la de nuestro mundo, y de tal manera lo pone en duda. La literatura es lo que dice al mundo : ¿eres lo que pretendes ser? O, si se quiere, nos lo hace ver mejor, casi como si nos lo revelara. La literatura es lo que pone en duda al mundo, sometiéndolo a la prueba del lenguaje.”
Ricardou, cita una carta de Franz Kafka. En ella, Kafka dice : “ mi puesto de funcionario me resulta intolerable porque contradice mi deseo único y mi única vocación, que es la literatura. Como no soy otra cosa que literatura, como no puedo ni quiero ser otra cosa, mi puesto nunca podrá exaltarme, por el contrario, podrá desquiciarme por completo.” -Y más adelante : “Todo lo que no es literatura me aburre, lo odio, inclusive las conversaciones sobre literatura.” He aquí el caso de Kafka y de algunos otros que han constituido a la literatura en su única realidad. También cito, de este debate, una reflexión de Jean-Pierre Faye : "¿La literatura? Es el poder de decir por medio de qué signos viene hacia nosotros nuestra realidad.”
Y finalmente, Simone de Beauvoir dice que: “la función de las palabras es la de restituir su generalidad a lo que tenemos de más singular: al paso del tiempo, al sabor de nuestra vida a la muerte, a la soledad.” Y algo muy importante, y viene con la globalizacion también ; lo decía hace más de veinte años, “Proteger contra las tecnocracias y contra las burocracias lo que hay de humano en el hombre, entregar el mundo en su dimensión humana, es decir, tal como se revela a individuos a la vez vinculados entre sí y separados : creo que esta es la tarea de la literatura y lo que la vuelve irremplazable.” Podríamos decir que esto es función del arte todo.
Y ahora bien, pensemos nuevamente en esa convención de la que hablamos hace un rato y en los tres elementos que la constituyen : la obra, el autor y el lector. Decíamos que son roles, los del autor y el lector. Podemos entonces afirmar que el autor y el lector son creadores del texto y a la vez son creados por el texto, en tanto tales, y a condición de que la obra desaparezca . Esto es bastante extraño y yo diría que casi mágico. Piensen ustedes : el autor está escribiendo, está en el acto en sí de escribir : el lector, en el acto en sí de leer, integrados a una obra que mientras los está sosteniendo debe desaparecer como tal, para que se produzca esa fusión. Uno al comienzo, cuando escribía, el otro luego, cronológicamente.
No podemos estar entregados a una experiencia artística cortando permanentemente el hecho de alienación y entrega a lo que estamos viendo. Y si nos detenemos en sucesivos distanciamientos críticos - qué bien ha escrito esta palabra, qué bien resolvió esta imagen- , hacemos cortes de interpretación, que no son los que se refieren al acto literario en sí, de total fusión de los tres elementos. Autor y lector ni siquiera se conocen. Y así, se dan en acto estos personajes de ficción, pues son personajes ficcionales tanto el autor como el lector en el momento de la percepción, su única condición de existencia.
En una entrevista que publicó la revista de literatura “Tamaño Oficio”, que dirijo, en donde siempre nos han preocupado estos temas, en una entrevista, decía, que le hicimos a Noé Jitrik, profesor de la Universidad de Buenos Aires, él ha dicho : “el punto de partida es que el texto crea al lector” - y agregó :- “El lector no está ya hecho y no se trata de enviarle simplemente mensajes para que los decodifique de acuerdo con este intercambio de saberes. Si se piensa que el lector es construido por el texto, ya en el texto están las posibilidades de despojarlo de estos saberes previos y se instala allí un acto de lectura que entonces va a encontrar su propia zona de libertad.” - Se pregunta Noé Jitrik : “¿ qué pasa con la lectura de un texto filosófico en un ómnibus, por ejemplo. El resultado va a ser muy diferente del de la lectura de ese mismo texto en un gabinete. El lector tiene una cultura, mayor o menor información, una historia personal. La lectura entonces requiere de ciertas condiciones bien definidas y diferentes para producirse. Cada lector hace la suya desde lo que es, desde lo que comprende. De ahí que aquellas hipótesis de que el lector crea el texto, que es el otro extremo, son muy precarias, débiles, falsas, es poner todo en una especie de ideología de la recepción, como si fuera el lugar de lo sagrado; la proyección de cierta subjetividad forma parte de esas condiciones.”
En este sentido, Paul Valéry, es tajante. El llama productor al escritor y consumidor al lector. Afirma : “productor y consumidor son dos sistemas esencialmente separados. La obra es para uno, el autor, el término y para el otro, el lector, el origen de desarrollos que pueden ser tan extraños como se quieran el uno del otro. La acción del primero y la reacción del segundo no pueden nunca confundirse. Las ideas que uno y otro se hacen de la obra son incompatibles. Resultan de ello sorpresas muy frecuentes de las cuales algunas son ventajosas. Hay malentendidos creadores.” - Y luego dice, volvemos otra vez a la obra en sí misma : “Queda la obra misma, en tanto que cosa sensible. Es esa una tercera consideración, bien diferente de las otras dos. Todo lo que he dicho aquí se encierra en estas pocas palabras: la obra del espíritu no existe sino en acto.” Eso lo que decíamos : el autor en el momento de escribir , el lector en el momento de leer. Sigue : “ Fuera de este acto, lo que queda no es más que un objeto que no ofrece con el espíritu ninguna relación particular.”
Volviendo a Jitrik, sostiene : “No leemos de la misma manera, ni nos contentamos con el modo de lectura que nos precedió. Siempre habrá nuevas lecturas, porque el sentido que persigue la lectura es alejarse siempre. Cuando ya no se aleja, cuando se cosifica, no sirve para nada. Da lugar a una “monumentalización” que es propia de la relación de los poderes con la cultura : ciertos grupos que esencializan su propio ser y lo confunden con lo que es la realidad misma también para otros. Por eso la lectura es tan importante, ya que su ejercicio conduce a una relación con el sentido, que es y puede ser refrescante, que puede darse permanentemente de nuevo. Pero que, realizada de determinada manera, tiende a bloquear y a procurar una reproducción. Esta reproducción es ya un uso político de la lectura y es una tentativa del poder para fijar sentidos.” - Y concluye con algo que es fundamental para mí : “Si la lectura no es una aventura del saber, en la cual se ponen en cuestión todos los saberes anteriores, pues no es una lectura.”
Por experiencia me ha preocupado siempre, -somos por supuesto subjetivos, percibimos de acuerdo a lo que somos,- pero me ha preocupado siempre este acercamiento del lector desde su subjetividad. No se abre a lo nuevo y diferente que la obra le propone. Lo he observado muchísimas veces con preocupación. Pienso que el llegar a la lectura es para abrirse a otros modos de ver el mundo y de pensar y tendríamos que estar realmente abiertos a eso. Comúnmente, el lector pone vallas desde sus condicionamientos o prejuicios, o porque no quiere, o no llega a concebir que otro piense diferente y esto debe reverse permanentemente. Porque lo mejor que nos puede pasar es que se nos pongan en cuestión en cada lectura, todos los saberes previos ; eso seria un enriquecimiento y una maduración constante. Para eso vale la pena la lectura.
Finalmente, Noé Jitrik, que es precisamente el autor del prólogo del libro que les señalé : “¿Para que sirve la literatura ?” , de su edición argentina, ese prólogo dice: “el hecho literario es básicamente un hecho-puente entre dos conciencias. ” Recordemos el significado de la palabra conciencia: propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos esenciales. Entonces, afirma : “Es un hecho-puente entre dos conciencias que las reúne, y permite que en ese plano se produzca el estallido.”
Ahora bien, José Bravo, también en un artículo aparecido en la Revista “Tamaño Oficio”, refiriéndose específicamente a la obra teatral, pero lo adaptamos porque es lo mismo ; es decir, en este caso: obra teatral-obra literaria, espectador-lector, apela también a esta toma de conciencia , pero él nos dice que : “ tanto el autor, que puede estar buscando la eternidad, lo que busca siempre es expresar su actualidad y el lector también busca su actualidad, aun cuando lea autores de otras épocas.” Pero Bravo se pregunta, “Qué sabemos del Neo- Clásico, por ejemplo, ¿podemos abarcar esa época totalmente cuando leemos a un autor que no es contemporáneo? ¿Cuántos malentendidos se producen? Por otra parte, aun entre autores contemporáneos, ¿no se producen malentendidos? ” Entonces concluye diciendo, de una forma bastante escéptica, que : “cada espectador o lector lee su propia obra o asiste a la obra teatral que él ve. ” Pero la conclusión a la que arriba me parece muy importante porque apela a la utopía : “ La utopía permanente del arte es la toma de conciencia, y éste sería su gran vehículo, su gran motor y su gran razón de ser.”
Vamos a ahora a citar a Jean Paul Sartre, con quien coincido mucho, en este aspecto, la cita pertenece al encuentro de escritores de izquierda, al que ya me referí : “ El problema consiste en saber, qué se exige de mí como lector. ¿ Soy un medio, un colaborador o un creador ? ¿ Qué quiere decir hoy esa frase : ‘la obra es su propio fin, su propia lección.’ La obre literaria, - dice Sartre- no es un sueño, sino un trabajo. Por consiguiente, es una lucha con la realidad , con una realidad perfectamente verbal, lo reconozco, pero que no por ello deja de ofrecer la mayor resistencia.” “Y luego el autor tiene un objetivo cuando escribe, inclusive si llega a él en forma muy imperfecta.” “Si en la literatura la palabra no es simplemente un signo, sino un signo que se duplica, de todas maneras significa algo.”
“Pero el lector, dice Sartre, no volverá la espalda a la realidad sino simplemente para superar el signo material y el conjunto de los signos y dirigirse a una significación global de la obra, que es, por otra parte, el silencio, pues el lector es quien debe componer la unidad de todas las palabras que se encuentran en un libro para hacer de ellas : un objeto, un objeto que ya no es otra cosa que el silencio que rodea el lenguaje.” - Y agrega : “ Estoy de acuerdo con Simone De Beauvoir, cuando dice que lo que el autor capta es siempre una visión del mundo y no es el contenido anecdótico lo que cuenta sino, a través de ese contenido anecdótico, la captación del mundo.”
La obra es una unidad. Indudablemente, cada autor tiene una visión personal del mundo que no es la visión personal de otro autor. Borges no es Cortázar. Solemos leer en forma fragmentada, también es un poco como solemos percibir la realidad, fragmentadamente, como nos han educado, por percepciones fragmentarias. Una obra es una totalidad y, por ende, es intransferible el universo de Borges con respecto al universo de otro autor. Tendríamos que tratar de pasar a través del texto para llegar a esa visión global del universo. Por lo tanto, yo empleo la palabra del texto, es decir la historia, el argumento, y mucha gente se detiene en eso nada más, y requeriría pasar a través de él para una lectura de juicios de valores, porque toda obra es un sistema de fuerzas encontradas que se resuelven en equilibrio. Eso sería un pre-texto, la anécdota, la historia, el argumento, en el doble sentido de la palabra, pre-texto como un texto previo o como una excusa para poder decir cosas mucho más fundamentales. Y a esto indudablemente se refiere Sartre con su afirmación.
Finalmente, ¿ qué es una obra Literaria ?. Raul H. Castagnino, la ha definido muy bien : “Una obra literaria, o sea resultado de trabajo, operación, arquitectura, construcción es obra, porque exhibe una forma externa sostenida por una estructura interna o forma interior que responde a un proceso de composición. Es la estructura de un artificio o artificio ella misma. Las formas de la obra son múltiples, variables; pero, por ser obra, no pueden dejar de responder a una estructura.”
En el mismo sentido, Herbert Reed dice : “El arte es la facultad de que está dotado el hombre para separar una forma del caótico torbellino de sus sensaciones y contemplarla en su singularidad.” La obra está compuesta de formas que se van cerrando y se van abriendo a otras formas y la estructura está sosteniendo todo esto. La estructura que sostiene todo este movimiento, todo este dinamizarse de la obra, se expresa a través de una forma literaria determinada , y así podemos decir que la obra es forma. El autor se va formando al leerla y el lector también. Por ende, podríamos decir también que el estilo es un modo de formar, a través de ese trabajo de composición que hace el autor.
Termino esta charla, por lo menos en lo específico del tema, con dos afirmaciones : una de Jorge L. Borges y una del ya citado Valéry, que me gustaría que relacionáramos. Jorge L. Borges pulveriza la noción de creador, artista original y muestra el revés del tapiz literario como un tejido de textos engendrados por otros textos que a su vez producen nuevos textos, “escribir es plagiar, según Borges, consciente o inconscientemente. La única expiación posible de este error interminable, comenzado hace treinta mil años, es inventar autores que no existen y atribuirles lo que no escribieron.” Cosa que él hizo, por otra parte.
Pero de otro modo lo dice Valéry : “Una historia profundizada de la literatura, debería ser comprendida no tanto como una historia de los autores y de los accidentes de su carrera sino como una historia del espíritu, en tanto que produce o absorbe ‘literatura’, y esa historia podría llegar a ser hecha sin que ni siquiera el nombre de un escritor fuera mencionado.” Valéry se refiere a que estamos siempre escribiendo una misma historia, esta es la verdad, en procura de esa utópica toma de conciencia de la que habíamos hablado anteriormente. Y establece, Valéry, una importante distinción, “ la de las obras que son creadas por su público, del cual colma la expectación y son así determinadas por el conocimiento de ésta.” Y de las más exigentes, las de los grandes creadores, las de los genios, las obras que, por el contrario, tienden a crear su público, porque su público no estaba creado cuando fueron concebidas. Los genios suelen adelantarse a su época. Y agrega : “Todas las cuestiones y contiendas nacidas de los conflictos entre lo nuevo y la tradición, los debates sobre las convenciones, los contrastes entre “minoría” y “mayoría”, las variaciones de la crítica, la suerte de las obras en la duración y en los cambios de su valor pueden ser expuestos a partir de esta distinción.”

martes, 9 de marzo de 2010

Les dejo algo sobre Auguste Dupin, pero ...(deben buscar más)

Auguste Dupín.-
Dupin no es un detective profesional y sus motivaciones para resolver los misterios cambian a través de los tres relatos. Haciendo uso del raciocinio, combina su considerable intelecto y creatividad, incluso poniéndose a sí mismo en la mente del criminal. Estos talentos están tan desarrollados que parece leer la mente de su acompañante, el narrador anónimo de las tres historias.
Poe creó a Dupin antes incluso de que el término detective fuera conocido. No se sabe a ciencia cierta qué lo inspiró, pero el apellido Dupin parece provenir del inglés duping, engañar o timar. Este personaje sentó las bases para la creación de nuevos detectives ficticios, incluyendo a Sherlock Holmes, y estableció los elementos más comunes del género policial clásico.
1. Contexto del personaje
Dupin vive en París con su cercano amigo, el anónimo narrador de las historias. Los dos se conocieron por accidente mientras buscaban “el mismo raro y extraordinario libro” en una oscura librería de París. [2] Esta escena y la búsqueda de ambos personajes para encontrar un libro oculto sirve como metáfora para representar el descubrimiento. [3] Dupin es aficionado a los engimas, acertijos y jeroglíficos. [4] Lleva el título de Chevalier, [1] queriendo decir ello que pertenece a la Légion d'honneur.
En “Los crímenes de la calle Morgue”, Dupin investiga el asesinato de una madre y su hija en París. [5] Investiga otro asesinato en “El misterio de Marie Rogêt”. La historia se basa en la verdadera historia de Mary Rogers, una vendedora de cigarros de Manhattan cuyo cuerpo fue encontrado flotando en el Río Hudson en 1841. [6] La aparición final de Dupin, en “La carta Robada”, pone en relieve una investigación sobre una carta que le fue robada a la reina de Francia. Poe calificó a esta historia como “quizá, mi mejor historia del raciocinio”. [1]
A lo largo de las tres historias, Dupin recorre tres escenarios. En “Los crímenes de la calle Morgue” recorre las calles de la ciudad; en “El misterio de Marie Rogêt” está al aire libre, en un descampado; en “La carta robada”, en un encerrado espacio privado. [4]
2. Método
La destreza deductiva de Dupin se ve por primera vez cuando parece leer la mente del narrador, logrando esto al seguir el hilo de la conversación de los anteriores quince minutos. [7] El método de Dupin es identificarse con el criminal y adentrarse en su mente. Sabiendo cómo piensa un criminal, él puede resolver cualquier crimen. [8] Con este sistema, combina la lógica científica con la imaginación artística. [6] Como un verdadero observador, presta especial atención en aquello que nadie nota, como la indecisión, impaciencia o una casual o involuntaria palabra. [4] Dupin es retratado como una deshumanizada máquina de pensar, un hombre cuyo único interés es la lógica pura. [2]
El personaje también enfatiza la importancia de leer y escribir: muchas de las pistas provienen de leer los periódicos o de reportes escritos por el Prefecto. Este mecanismo llama la atención del lector, quien sigue adelante buscando las pistas por cuenta propia. [3]
Dupin no es realmente un detective profesional y sus motivaciones cambian en sus distintas apariciones. En “Los crímenes de la calle Morgue” investiga los asesinatos sólo para entretenerse y probar la inocencia de un hombre falsamente acusado. Él rechaza una recompensa final en esta historia. Sin embargo, en “La carta robada”, realiza la investigación para deliberadamente obtener una recompensa financiera. [9]
3. Inspiración
Poe podría haber sacado el apellido “Dupin” de un personaje de una serie de historias publicadas en la Burton's Gentleman's Magazine en 1828 llamadas “Pasajes sin publicar en la Vida de Vidocq, el Ministro Francés de la Policía” (Unpublished passages in life of Vidocq, French Minister of Police). [10] El nombre también insinúa duping, engañar o engaño, una habilidad que Dupin alardea en “La carta robada”. [2] El género policial, sin embargo, no tenía precedentes y la palabra detective aún no era usada cuando Poe presentó a Dupin. [1] El ejemplo más cercano en la ficción es Zadig de Voltaire (1748), en donde el personaje principal efectúa hazañas similares de análisis. [1] Poe también sacó provecho del interés del momento. Su uso de un orangután en “Los crímenes de la calle Morgue” fue inspirada por la reacción popular respecto a un orangután que había estado en exposición en el Masonic Hall en Filadelfia en julio de 1839. [6] En “El misterio de Marie Rogêt” se inspiró en una historia real que se había vuelto muy popular. [6]
4. Influencia e importancia literaria



Sherlock Holmes fue uno de los detectives ficticios influenciados por Dupin.
Dupin es generalmente reconocido como el primer detective en la ficción. El personaje sirvió como prototipo para muchos otros que fueron creados más tarde, incluyendo a Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle y Hércules Poirot de Agatha Christie. [5] Doyle una vez dijo: “Cada uno [de los relatos policiales de Poe] es una raíz de donde se ha desarrollado una literatura completa... ¿dónde estaban las historias de detectives hasta que Poe sopló sobre ellas el aliento de la vida?”
Muchos tropos que luego llegarían a ser corrientes en las novelas policiales aparecieron primero en los relatos de Poe: el excéntrico pero brillante detective, el policía incompetente, la narración en primera persona por un amigo cercano. Dupin también inicia el mecanismo de narración donde el detective anuncia su solución y luego explica el razonamiento que lo condujo a ello. Al igual que Sherlock Holmes, Dupin usa su considerable destreza y observación para resolver crímenes. Poe también representa a la policía en una manera incompasiva como una especie de antítesis del detective. [12]
El personaje ayudó a establecer el género policial, distinto del de misterio, con especial énfasis en el análisis y no al sistema de intento y error. Brander Matthews decía que “el verdadero cuento policial como lo concibió Poe no se basa en el misterio en sí, sino más bien en los sucesivos pasos que permiten al observador analítico resolver el problema que podrían ser desechados por cualquier ser humano”. [13] De hecho, en las tres historias protagonizadas por Dupin, Poe creó tres tipos de cuentos policiales, los cuales establecieron un modelo para todas las futuras historias: el físico ("Los crímenes de la calle Morgue"), el mental ("El misterio de Marie Rogêt"), y una versión equilibrada de ambas ("La carta robada").

Cuento "El misterio del valle de Boscombe".

El misterio del Valle de Boscombe
[Cuento. Texto completo]

Arthur Conan Doyle
Estábamos tomando el desayuno una mañana mi mujer y yo, cuando la doncella me entregó un telegrama. Era de Sherlock Holmes y decía lo siguiente:

"¿Tiene un par de días libres? Acabo de recibir un telegrama del oeste de Inglaterra, vinculado con la tragedia del valle de Boscombe. Me encantaría que viniera conmigo. Tiempo y panorama perfectos. Salgo de Paddington a las 11:15"

-¿Qué dices, querido? -me preguntó mi mujer, mirándome-. ¿Irás?

-Realmente no sé qué decir. Mi lista de pacientes es bastante extensa.

-Si es por eso, Anstruther puede reemplazarte. Últimamente te noto un poco pálido. Me parece que un cambio de aire te haría bien. Además, siempre te han interesado los casos del señor Sherlock Holmes.

-Sería un ingrato si dijera lo contrario, cuando veo todo lo que he aprendido con ellos. Pero si tengo que ir, debo hacer la valija en seguida pues sólo dispongo de media hora.

Mi experiencia de la vida en el campamento de Afganistán tuvo, por lo menos, la consecuencia, de convertirme en un viajero dispuesto a partir al instante. Necesitaba pocas cosas, y sencillas, de modo que en menos tiempo del calculado me encontraba ya en un coche con mi valija, camino a la estación de Paddington. Sherlock Holmes se paseaba de un lado a otro por el andén y su cuerpo parecía aún más alto y enjuto a causa de su larga capa de viajero y su ajustada gorra de paño.

-Ha sido muy amable en venir, Watson. Para mí representa una diferencia notable tener a alguien en quien confiar. Las informaciones de las personas que viven en el lugar del hecho siempre resultan de escaso valor o están influidas por consideraciones personales. Ubíquese en el compartimiento del rincón, mientras voy a sacar los boletos.

Estábamos los dos solos, pero Holmes ocupó casi por entero el coche con una pila de periódicos. Uno a uno fue leyéndolos detenidamente, tomando de tanto en tanto apuntes y reflexionando sobre algunos detalles hasta que dejamos atrás la estación de Reading. De pronto hizo un bollo con todos ellos y lo depositó en el portaequipajes.

-¿Oyó hablar algo del caso? -me preguntó.

-Ni una palabra. Hace días que no leo un diario.

-La prensa londinense no ha dado un relato completo. Acabo de echar un vistazo a los periódicos más recientes a fin de conocer los detalles. Por lo que colijo, parece ser uno de esos casos sencillos que resultan extremadamente difíciles.

-Eso suena un tanto paradójico.

-Pero es profundamente cierto. Casi siempre lo singular constituye una clave. Cuanto más insignificante y vulgar es un delito tanto más difícil es resolverlo. Sin embargo, en el caso actual parece que existen evidencias muy serias en contra del hijo de la persona asesinada.

-¿Se trata de un asesinato, entonces?

-Por lo menos así se conjetura. No doy nada por sentado hasta que haya tenido la oportunidad de examinar personalmente el asunto. Se lo explicaré en pocas palabras, según los datos que poseo. El valle de Boscombe es una zona campestre, no muy distante de Ross, en el Herefordshire. El principal terrateniente es un tal John Turner, que ganó dinero en Australia y regresó hace algunos años. Una de las granjas de su propiedad, la de Hatherley, la arrendaba al señor Charles McCarthy, quien también pasó un tiempo en Australia. Los dos se habían conocido en las colonias, por lo que era lógico que, al venir a instalarse aquí, vivieran lo más cerca posible uno del otro. A primera vista, el más rico era Turner, por lo que McCarthy pasó a depender de él aunque, según parece, ambos siguieron en pie de perfecta igualdad y se los solía ver juntos con mucha frecuencia. Los dos habían enviudado. McCarthy tenía un hijo, un muchacho de dieciocho años, y Turner tiene una hija única de la misma edad. Parece que los dos hombres evitaban el trato de las familias inglesas de la zona y llevaban una vida retirada, si bien los dos McCarthy era aficionados al deporte, viéndoseles a menudo en las carreras de caballos de la vecindad. McCarthy tenía dos criados, un hombre y una muchacha. Turner poseía abundante servidumbre, por lo menos una media docena de personas. Eso es cuanto he podido saber de las dos familias. Ahora veamos los hechos. El 3 de junio, o sea el lunes pasado, McCarthy salió de su casa de Hatherley a eso de las tres de la tarde y se dirigió a la laguna de Boscombe, un pequeño lago, formado por las aguas que se desbordan del arroyo que recorre el valle. Había salido por la mañana con su criado y díchole que debía darse prisa pues estaba citado a las tres para una entrevista importante, De esa cita no regresó con vida.

“Desde la granja de Hatherley hasta la laguna de Boscombe hay un cuarto de milla y dos personas lo vieron pasar por ese camino. Una de ellas es una anciana, cuyo nombre no se menciona, y la otra William Crowder, guarda de caza al servicio del señor Turner. Los dos declararon que el señor McCarthy caminaba solo. El guarda agrega que, minutos después de haber visto pasar a McCarthy, notó que su hijo, James McCarthy, se dirigía en la misma dirección, con una escopeta bajo el brazo. Según Crowder, el padre estaba al alcance de la vista y el hijo lo seguía. No pensó más en el asunto hasta que oyó, por la noche, la tragedia que había ocurrido. Inclusive hubo quienes vieron al padre y al hijo después que el guarda de caza los perdió de vista. La laguna de Boscombe está rodeada por una espesa foresta, con una franja de pasto y juncos en la orilla. Una niña de catorce años, llamada Patience Moran, hija del cuidador de la finca de Boscombe, se encontraba en uno de los bosques recogiendo flores. De acuerdo con su declaración, mientras se hallaba en ese lugar, vio al señor McCarthy y a su hijo al borde del bosque, junto al lago, y que los dos, según le pareció, estaban disputando violentamente. Por lo que pudo oír, el señor McCarthy usaba un lenguaje muy rudo con el hijo, y la niña vio a este último levantar la mano como si fuera a pegar al padre. Se asustó tanto que salió huyendo, hacia su casa, para contarle a su madre que había dejado a los dos McCarthy riñendo cerca de la laguna y que temía que fueran a pelearse. No bien acabó de decir estas palabras cuando apareció el joven McCarthy y dijo que había encontrado muerto a su padre en el bosque y pedía ayuda al señor Moran, cuidador del pabellón de la finca. Estaba muy nervioso y no tenía la escopeta ni el sombrero. En la mano y en la manga derecha se veían manchas de sangre fresca. Partieron con él y hallaron el cadáver tendido en el pasto, cerca de la laguna. La cabeza había sido golpeada repetidas veces con un arma pesada y sin filo. Las heridas bien podían haber sido causadas con la culeta de la escopeta del hijo, y ésta fue hallada sobre el pasto a pocos pasos del cadáver. Dadas esas circunstancias se detuvo inmediatamente al joven y como en la investigación practicada el martes se dio el veredicto de "asesinato voluntario", el miércoles debió comparecer ante los magistrados de Ross, quienes transfirieron el caso a los tribunales para ser tratados en la próxima sesión. Estos son los hechos principales tal cual fueron expuestos ante las autoridades que intervienen en causas por asesinato.

-Difícilmente podría imaginarme yo un caso más complicado -observé-. Nunca una prueba circunstancial apunta en forma tan directa a un criminal como en éste.

-La prueba circunstancial es algo muy engañoso -contestó Holmes pensativo-. Puede que señale directamente a una cosa, pero si usted apunta hacia otra dirección encontrará, lo mismo, algo muy distinto. Hay que admitir, sin embargo, que el caso parece en extremo peligroso para el joven y es muy posible que de veras sea culpable. Hay algunas personas en la zona, entre ellas la señorita Turner, hija del terrateniente vecino, que creen en su inocencia y han llamado a Lestrade para que investigue el caso en su interés. Lestrade no ha podido resolverlo todavía y ésta es la razón por la que dos caballeros de edad mediana viajan ahora en dirección oeste a cincuenta millas por ahora en lugar de estar digiriendo tranquilamente el desayuno en sus respectivas casas.

-Los hechos son tan evidentes que la solución del caso le reportará poca fama a usted -le dije.

-No hay nada más engañador que un hecho evidente -me contestó riendo-. Además, tal vez tengamos la oportunidad de ver otros hechos evidentes que no le habrán resultado así al señor Lestrade. De sobra me conoce usted para creer que alardeo cuando digo que confirmaré o destruiré su teoría valiéndome de medios que él es totalmente incapaz de emplear e inclusive de comprender. Para citar el primer ejemplo que tengo a mano, percibo con claridad que la ventana de su dormitorio, Watson, está a su derecha y me pregunto si Lestrade se habría dado cuenta de algo tan evidente como eso.

-¿Cómo diablos...?

-Mi querido amigo, lo conozco a usted bien. Sé la pulcritud militar que lo caracteriza. Usted se afeita todas las mañanas y en esta época lo hace a la luz del día. Pero veo que el lado izquierdo de su cara está menos bien afeitado que el derecho, lo que significa que esa mejilla recibió menos luz que la otra. Lo digo a manera de ejemplo trivial de observación y deducción. En eso consiste mi oficio y es posible que pueda servirme de utilidad en la investigación que voy a llevar a cabo. En el informe policial hay uno o dos puntos de menor importancia que valdrá la pena tener en cuenta.

-¿Cuáles son?

-Parece que el arresto del muchacho no se produjo en seguida sino después de haber regresado a la granja de Hatherley. Cuando el inspector le informó que estaba detenido manifestó que la noticia no lo sorprendía y que, en realidad, era lo que se merecía. Esta declaración produjo el efecto natural de alejar cualquier duda en los miembros del jurado.

-Eso fue una confesión -exclamé.

-No porque a continuación siguió una protesta de inocencia.

-La observación, por lo menos, fue sospechosa, pues remataba toda una serie de sucesos condenatorios.

-Por el contrario -dijo Holmes-, me parece que constituye el único punto luminoso entre tantos nubarrones. Por inocente que sea el joven, no creo que haya sido tan imbécil de no ver que las circunstancias se tornaban cada vez más adversas para él. De haberse mostrado sorprendido cuando lo detuvieron, o fingido indignación, tal actitud lo habría convertido en altamente sospechoso, pues su sorpresa o ira no habrían resultado naturales bajo esas circunstancias y hasta podrían haber sido la mejor actitud a tomar por parte de un hombre tan calculador. Su franco modo de proceder ante el evento sería una señal de su inocencia o de su firmeza y dominio de sí propio. En cuanto a su observación de que lo tenía merecido, también resulta lógica si recapacita usted que estuvo junto al cadáver de su padre y no queda duda alguna de que ese día olvidó sus deberes filiales hasta el punto de insolentarse de palabra y, según lo declarado por la niña -cuya exposición reviste tanta importancia-, hasta llegó a levantar la mano como para pegarle. Que él mismo se reprochara su conducta y se mostrara contrito me parecen signos de una mente sana más bien que de una culpable.

-Muchos han sido ahorcados con pruebas menos evidentes -observé.

-Es cierto, y muchos han sido ahorcados injustamente.

-¿Cuál es la declaración del muchacho sobre este asunto?

-Me temo que no sea muy alentadora para quienes están a su favor, si bien existen uno o dos puntos sugestivos. Aquí la tiene. Léala.

Del montón de diarios sacó un ejemplar del periódico de Hereford-shire, y dando vuelta una hoja señaló un párrafo en el que el desdichado joven daba su propio informe de lo ocurrido. Me instalé en el rincón del compartimiento y leí este pasaje:

"Luego fue llamado a declarar el señor James McCarthy, hijo único del muerto, quien manifestó lo siguiente: Estuve ausente de casa tres días, en Bristol, y acababa de regresar la mañana del lunes pasado, o sea el 3. Cuando llegué mi padre no estaba en casa y la doncella me informó que había salido en coche hacia Ross con John Cobb, el caballerizo. Poco después de regresar oí las ruedas del vehículo en la explanada del patio y mirando a través de la ventana lo vi descender y salir rápidamente, sin saber en qué dirección iba. Tomé entonces la escopeta y me fui a pasear a la laguna de Boscombe, con la intención de visitar las conejeras que se encuentran del otro lado. En el camino vi a William Crowder, el guarda de caza, como ha declarado él en su exposición, pero se equivoca si cree que yo seguía a mi padre. No tenía la menor idea de que estaba delante de mí. Cuando me encontraba a unas cien yardas de la laguna oí el grito de ¡Cuii! que mi padre y yo usábamos por lo general para llamarnos. Me apresuré y lo vi de pie junto a la laguna. Pareció sorprenderse mucho al verme y me preguntó, con un tono bastante áspero, qué estaba haciendo yo ahí. La conversación subió de tono y casi llegamos a los golpes, pues mi padre tenía un carácter muy violento. Al ver que no podía controlarse lo dejé y regresé hacia la granja Hatherley. No había andado más que unas ciento cincuenta yardas cuando oí un grito espantoso a mis espaldas, lo que me hizo regresar corriendo. Encontré a mi padre agonizando en el suelo, con una profunda herida en la cabeza. Dejé caer mi escopeta y lo sostuve en mis brazos, pero murió casi en seguida. Me arrodillé junto a él unos minutos y luego me dirigí en busca del guarda del pabellón del señor Turner, pues su casa era la más próxima, con el fin de pedirle ayuda. Cuando regresé no había nadie junto a mi padre y no tengo la menor idea de quién puede haberle causado las heridas mortales. No era un hombre que se hacía querer pues su modo de ser era frío y altanero. Pero, que yo sepa, no tenía enemigos declarados. Eso es todo lo que sé del asunto.

OFICIAL INSPECTOR: ¿Le hizo su padre alguna declaración antes de morir?

TESTIGO: Musitó unas palabras pero sólo pude entender algo parecido a rat.

INSPECTOR: ¿Qué entendió usted por esa palabra?

TESTIGO: Para mí no tenía sentido alguno. Me pareció que estaba delirando.

INSPECTOR: ¿Cuál fue el motivo por el que usted y su padre riñeron?

TESTIGO: Preferiría no contestar.

INSPECTOR: Me veré obligado a insistir.

TESTIGO: Me resulta imposible decírselo. Puedo asegurarle que nada tiene que ver con la tragedia que ocurrió después.

INSPECTOR: Eso lo decidirá la justicia. No necesito explicarle que su negativa en contestar perjudicará su causa en gran medida en los futuros procedimientos que se realicen.

TESTIGO: A pesar de eso, rehuso contestar.

INSPECTOR: Tengo entendido que el grito de cuii era una señal establecida entre usted y su padre, ¿verdad?

INSPECTOR: ¿Cómo es posible, entonces que su padre lo emitiera antes de verlo a usted e inclusive antes de que supiera que usted había regresado ya de Bristol?

TESTIGO: (Con gran confusión) No sé.

INSPECTOR: ¿No notó usted nada que le hiciera entrar en sospechas cuando regresó al oír el grito y encontrar a su padre mortalmente herido?

TESTIGO: Nada concreto.

INSPECTOR: ¿Qué quiere decir con eso?

TESTIGO: Cuando volví hacia donde se encontraba mi padre estaba tan perturbado y nervioso que lo único en lo que pensé fue en él. Con todo, tengo una vaga sensación de que al regresar corriendo vi una cosa en el suelo, a mi izquierda, algo que me pareció de color gris, una especie de chaqueta o de capa escocesa. Cuando me incorporé junto a mi padre miré alrededor, pero ya había desaparecido.

INSPECTOR: ¿Quiere decir que desapareció antes de que usted corriera en busca de socorro?

TESTIGO: Sí.

INSPECTOR: ¿Y no puede decir de qué se trataba?

TESTIGO: No, sólo tuve la sensación de que ahí había algo.

INSPECTOR: ¿A que distancia del cadáver?

TESTIGO: Aproximadamente unas doce yardas.

INSPECTOR: ¿Y a qué distancia de la orilla del bosque?

TESTIGO: Casi la misma.

INSPECTOR: Por lo tanto, si alguien la quitó de ese lugar el hecho debió de ocurrir cuando usted se encontraba a la distancia de unas doce yardas, ¿verdad?

TESTIGO: Sí, pero vuelto de espaldas."

Con esto se dio por terminado el interrogatorio del testigo.

-Por lo que veo -dije echando un vistazo a la columna-, el inspector estuvo bastante severo con el joven McCarthy en sus observaciones finales Con toda razón le llamó la atención respecto a la discrepancia entre el hecho de haberle dado su padre la señal convenida antes de verlo; en su negativa por suministrar los detalles de su conversación, y en las misteriosas palabras que pronunció e! moribundo. Como observa el inspector, todo ello va en contra del hijo

Holmes rió suavemente por lo bajo y se recostó sobre el asiento acolchado, diciéndome:

-Tanto usted como el inspector se han tomado el trabajo de señalar los puntos más fuertes en favor del joven, ¿Se da cuenta de que unas veces le conceden demasiada imaginación y otras muy poca? Muy poca si no fue capaz de inventar un motivo de disputa que atrajera sobre él la simpatía del jurado; demasiado, si de lo hondo de su conciencia sólo pudo sacar algo tan rebuscado como la referencia del moribundo a una rata, rat, y el episodio de la capa o chaqueta que desapareció sola. No, señor, yo enfocaré este caso desde el punto de vista de que lo dicho por el joven es verdad. Luego veremos adonde nos lleva esta hipótesis. Y basta por ahora. Aquí tengo mi Petrarca de bolsillo. No diré una sola palabra más hasta que estemos en el lugar de la acción. Almorzaremos en Swindon y, por lo que veo, ya estamos a veinte minutos de esa estación.

Eran casi las cuatro cuando, después de haber pasado por el bello valle de Stroud y atravesado el ancho y resplandeciente Severn, llegamos por fin a la bonita población campesina de Ross. Nos esperaba en el andén un hombre flaco, de aspecto de hurón y mirada furtiva y taimada. Pese a su guardapolvo de color castaño y polainas de cuero que se había puesto como deferencia al rústico lugar, no tuve dificultad alguna de reconocer en él a Lestrade, de Scotland Yard. Nos dirigimos con él en un coche hasta El Escudo, de Hereford, donde se nos había reservado una habitación.

-He pedido un carruaje -dijo Lestrade cuando nos sentamos a beber una taza de té-. Conozco su carácter enérgico y sé que no quedará satisfecho hasta no encontrarse en el lugar del crimen.

-Ha sido muy atento de su parte -contestó Holmes-. Se trata sólo de la presión barométrica.

-No entiendo qué quiere decir con ello -dijo Lestrade, perplejo.

-¿Cuánto marca el barómetro? Veintinueve, según veo. No sopla el viento y no se ve una nube en el cielo. Traje una caja de cigarrillos, que están pidiendo que los fumemos, y el sofá es muy superior a los que suelen verse en los abominables hoteles de campo. No creo que utilice el carruaje esta noche.

Lestrade se rió con indulgencia, y agregó:

-Sin duda ya se ha formado usted sus conclusiones a través de los periódicos. El caso es tan claro como el agua y cuánto más de cerca se lo ve tanto más sencillo aparece. Desde luego, es imposible rehusar el pedido de una dama, especialmente cuando ésta se muestra tan terminante. Ella había oído hablar de usted y quiere tener su opinión, por más que yo insistí varias veces en decirle que no habría nada que usted pudiera hacer que no lo hubiera hecho yo antes. ¡Pero qué veo! jAquí llega la dama en su coche!.

No bien terminó de decir esas palabras cuando se precipitó en la habitación una de las jóvenes más encantadoras que he visto en mi vida: brillantes ojos de color de las violetas; labios entreabiertos; mejillas de un suave color rosado, todo en ella mostraba que su natural reserva había sido vencida por la agitación y la preocupación.

-¡Oh! ¡Señor Sherlock Holmes! -exclamó, mirándonos a uno y otro, hasta que finalmente su intuición femenina dio con mi amigo-. Me siento muy feliz con su llegada. Vine expresamente a decirle que estoy segura de que James no cometió ese crimen. Lo sé y quiero que usted también comience su investigación con ese convencimiento. No dude de ello. Somos amigos desde niños y conozco sus defectos mejor que nadie. Pero es demasiado tierno y sería incapaz de hacerle daño a una mosca. La acusación que pesa sobre él es absurda para quien lo conozca.

-Confío en que todo se aclarará para bien de usted, señorita Turner -dijo Holmes-. En lo que a mí respecta, haré todo lo posible para probar la inocencia del joven McCarthy.

-Usted ha leído ya los informes. ¿Ha llegado a alguna conclusión? ¿Ve alguna escapatoria? ¿No cree también que es inocente?

-Creo que es muy probable que lo sea.

-¿Ha visto? -exclamó girando su cabeza y mirando en forma desafiante a Lestrade-. Ya lo oye. El señor Sherlock Holmes me da esperanzas.

Lestrade se encogió de hombros, diciendo:

-Temo que mi colega haya formulado sus conclusiones en forma precipitada.

-Pero tiene razón. ¡Oh! Sé que está en lo cierto. James no cometió ese crimen, y en cuanto a la disputa con el padre estoy segura de que el motivo que lo impulsa a no hablar de ello con el inspector es porque se trata de mí.

-¿En qué sentido? -preguntó Holmes.

-Creo que no es éste el momento de ocultar nada. James y su padre tuvieron muchos desacuerdos por mi culpa. El señor McCarthy tenía muchísimo interés en que nos casáramos. James y yo nos queríamos como hermanos, pero él es demasiado joven y no sabe mucho de la vida y... y..., pues bien, no deseaba casarse por ahora. Estoy convencida de que la discusión con su padre no fue más que una de las tantas por ese mismo motivo.

-¿Y su padre, señorita Turner, estaba en favor de esa unión? -preguntó Holmes.

- No, tampoco él era partidario. El único que no se mostraba contrario a nuestro casamiento era el señor McCarthy.

Un súbito rubor cubrió el semblante fresco de la joven cuando Holmes le dirigió una de sus miradas penetrantes e interrogativas.

-Gracias por su información -agregó- ¿Podría yo ver a su padre mañana?

-Temo que el médico se lo impida.

-¿El médico?

-Sí, ¿no se ha enterado usted? En estos últimos años mi padre no se siente bien de salud y este suceso lo ha quebrantado por completo. Ahora está en cama. El doctor Willows dice que su estado es serio pues ha quedado con los nervios destrozados. El señor McCarthy era el único hombre, de los que conocieron a papá en sus viejos tiempos de Victoria, que todavía vivía.

- ¡Ah! ¡De Victoria! Es ese un dato importante.

-Sí, en las minas.

-Perfectamente, en las minas de oro, donde tengo entendido que el señor Turner hizo una fortuna.

-En efecto.

-Gracias, señorita Turner. Me ha prestado usted valiosa información.

-Si mañana tiene alguna noticia comuníquemela. Sin duda irá a la cárcel a ver a James. Si lo hace, dígale que estoy segura de su inocencia.

-Lo haré, señorita Turner.

-Ahora tengo que irme a casa. Como le dije, mi padre está muy enfermo y me extraña cuando lo dejo. Adiós y que el Señor lo ayude en su empresa.

Salió de la habitación en la misma forma impulsiva con que había entrado. Oímos el ruido del coche que se alejaba calle abajo.

-Estoy avergonzado de usted, Holmes -dijo Lestrade con dignidad después, de algunos minutos de silencio-. ¿Por qué le hace concebir esperanzas que usted mismo tendrá luego que derribar? Yo no tengo un corazón demasiado tierno, pero lo que hace me parece una crueldad.

-Creo que ya sé cuál es el camino para poner en libertad a James McCarthy -dijo Holmes-. ¿Tiene usted una orden para visitarlo en la prisión?

-Sí, pero sólo para usted y para mí.

-¿Tenemos aún tiempo de tomar el tren para Hereford y verlo esta noche?

-Más que suficiente.

-Vayamos, entonces, Watson; temo que para usted el tiempo pasará muy lentamente, pero sólo estaré ausente un par de horas.

Caminé con ellos hasta la estación y luego me dediqué a pasear por las calles del pueblito, y regresé por último al hotel, donde me tendí en el sofá y procuré entretenerme con una novela de intriga. Sin embargo, la endeble trama de mi lectura resultaba insignificante en comparación con el profundo misterio que nos rodeaba. Continuamente pasaba yo de la ficción a la realidad hasta que terminé por arrojarla a un rincón y me puse a recapacitar en los acontecimientos del día. Supongamos que el joven haya dicho la verdad; entonces, ¿qué hecho demoníaco, qué calamidad totalmente imprevista y extraordinaria ocurrió entre el momento en que se separó de su padre y aquel otro en que, atraído por los gritos de la víctima, llegó al borde de la laguna? ¿Qué pudo ser? ¿No descubrirán algo mis instintos de médico en la índole de las heridas? Tiré de la campanilla y pedí el periódico semanal del condado, donde figuraba el relato textual de la investigación. Según el informe del médico el tercio posterior del parietal izquierdo y la mitad izquierda del occipital presentaban una fractura causada por un arma sin filo. Me toqué en la cabeza ese lugar. Evidentemente, un golpe semejante debió de haber sido dado por detrás. Hasta cierto punto, aquello se presentaba favorable al acusado, pues cuando se lo vio discutiendo con el padre, los dos estaban frente a frente. Con todo, esa circunstancia no quería decir mucho pues pudiera haber ocurrido que el padre se hubiera dado vuelta antes de recibir el golpe. Pese a ello, valía la pena llamar la atención de Holmes en ese sentido. Después figuraba esa curiosa palabra rat. ¿Qué querría decir? No era posible atribuirla a que estuviera delirando. No es común que un hombre delire en esas circunstancias. No, lo más probable es que tratara de explicar quién lo había atacado. Pero, ¿por qué dijo esa palabra? Me devané los sesos en buscar de alguna explicación posible. A continuación se mencionaba el incidente de la prenda de color gris que vio el joven McCarthy. Si lo que dijo éste era verdad, entonces el asesino debió de perder alguna de sus ropas al huir, quizá el abrigo, y tuvo el coraje de volver a buscarlo cuando el hijo estaba arrodillado de espaldas a una distancia de no más de doce pasos. ¡Qué tejido de misterios e improbabilidades era todo el asunto! No me extrañaba la opinión de Lestrade pero, al mismo tiempo, tenía tanta fe en la perspicacia de Sherlock Holmes que no perdía la esperanza, pues cada hecho nuevo parecía reforzar su convencimiento de que el joven McCarthy era inocente.

Sherlock Holmes regresó tarde y vino solo pues Lestrade se hospedaba en la ciudad.

-El barómetro sigue todavía muy alto -observó al mismo tiempo que se sentaba-. Es importante que no llueva antes de que podamos llegar al lugar del hecho. Por otra parte, cuando se está frente a un trabajo como éste, conviene encontrarse en las mejores condiciones, y yo no quisiera ir ahora, cansado por el largo viaje que acabo de hacer. He visto al joven McCarthy.

-¿Y qué sacó de esa entrevista?

-Nada.

-¿No le arrojó ninguna luz sobre el asunto?

-Ninguna. Estuve por creer en un momento que sabía quién cometió el crimen y lo ocultaba, pero ahora estoy persuadido de que él está tan confundido como los demás. No es un muchacho muy despierto aunque bien parecido, y creo que de buen corazón.

-No puedo admirar los gustos del joven -comenté- si es cierto que no quería casarse con una muchacha tan encantadora como la señorita Turner.

-¡Ah! ¡Ahí es donde interviene una historia más bien penosa. El muchacho está locamente enamorado de ella, pero hace unos dos años, cuando no era casi más que un mocito y antes de volver a encontrarse con ella, pues la señorita Turner estuvo pupila cinco años en un colegio, ¿qué es lo que hace este idiota sino dejarse atrapar por una camarera de Bristol y casarse con ella en un registro civil? Nadie sabe una palabra del asunto, pero puede imaginarse cómo se siente él por haber cometido esa locura en un momento de arrebato. Y fue un arrebato de esa índole lo que lo impulsó a levantar las manos cuando su padre, en la última entrevista que tuvieron, lo azuzó para que se declarase a la señorita Turner. Por otra parte, no dispone de medios para mantenerse y su padre, que en todo sentido era un hombre duro, habría roto del todo con él si hubiese sabido la verdad. Fue con esa camarera con quien pasó en Bristol los últimos tres días, cosa que ignoraba el padre. Fíjese en ese detalle porque reviste importancia. Sin embargo, el mal ha producido un bien pues la camarera, al enterarse por los periódicos de que el joven está envuelto seriamente en un lío y es probable que lo ahorquen, ha roto definitivamente diciéndole que tiene ya un marido en los astilleros de las Bermudas, de modo que no existe entre ellos vínculo alguno. Me parece que esta pequeña noticia ha servido de consuelo al joven McCarthy por todo lo que ha sufrido.

-Pero si es inocente, ¿quién cometió el crimen?

-¡Ah! ¿Quién? Quiero llamar muy especialmente su atención sobre dos puntos. El primero es que el hombre asesinado tenía una cita con alguien en la laguna y este alguien no podía ser su hijo, porque el muchacho estaba lejos y el padre ignoraba cuándo volvería. El segundo es que la víctima oyó el grito de ¡Cuii! antes de saber que su hijo había vuelto. Esos son los dos puntos sobre los que depende el caso. Hablemos ahora de George Meredith1 si le parece bien, y dejemos para mañana todos los hechos de menor importancia.

Tal cual lo había pronosticado Holmes, no llovió y el día amaneció brillante y despejado. A las nueve nos vino a buscar Lestrade con el coche y partimos hacia la granja Hatherley y la laguna de Boscombe.

-Hay noticias serias esta mañana -observó Lestrade-. Se dice que el señor Turner está tan enfermo que se desespera de salvar su vida.

-Presumo que es un hombre de edad avanzada, ¿verdad? - preguntó Holmes.

-De unos sesenta años, pero su organismo se debilitó cuando vivió en el extranjero. De un tiempo a esta parte su salud ha decaído. Este asunto ha tenido un pésimo efecto sobre él. Era un viejo amigo de McCarthy y, hasta puedo agregar, Turner ayudó muchísimo a McCarthy pues tengo entendido que le dio la granja Hatherley libre de rentas.

-¿De veras? ¡Qué interesante! -dijo Holmes.

-¡Oh, sí! Lo ayudó de cien maneras distintas. Todo el mundo habla aquí de lo bueno que era con él.

-¿Y no le parece a usted un poco raro que este McCarthy, que poseía tan poco y estaba tan obligado con Turner, persistiese en casar a su hijo con la hija de Turner, la cual como es de suponer, heredará la propiedad? ¿Cómo es posible que planteara las cosas de modo que el hijo se declarara a la joven y lo demás siguiera su curso? El hecho resulta aún más extraño por cuanto sabemos que el mismo Turner se oponía a esa idea. En este sentido la hija nos ha ilustrado bastante. ¿No deduce nada de todo ello?

-Llegamos ya a las deducciones y las inferencias -dijo Lestrade, guiñándome el ojo-. Bastante trabajo me causa afrontar los hechos sin necesidad de ir en pos de teorías y fantasías.

-Tiene razón -dijo Holmes con fingida seriedad-. Bastante trabajo le dan a usted los hechos.

-De cualquier manera tengo uno que, según parece a usted le cuesta mucho encontrar -contestó Lestrade acalorado

-¿Y es...?

-Que el señor McCarthy padre fue asesinado por el señor McCarthy hijo y todas las teorías en contrario no son más que fantasías de un lunático.

-Pues verá usted, la luna brilla más que la niebla -dijo Holmes, riéndose- Pero, si no me equivoco, eso que está a la izquierda es la granja Hatherley

-Efectivamente.

Era una casa amplia, de aspecto confortable, de dos pisos, con tejado de pizarra y grandes manchas amarillas de liquen en sus muros grises. Las cortinas corridas y las chimeneas sin humo le daban un aspecto extraño, como si pesara sobre ella todo el horror de lo que había acontecido. Llamamos a la puerta y la doncella, a pedido de Holmes, nos mostró las botas que llevaba su amo cuando lo mataron, además de otro par perteneciente al hijo, si bien no el que calzaba el día del crimen. Después de haberlas observado minuciosamente, Holmes quiso ir al corral y de ahí pasamos, atravesando un sendero sinuoso, a la laguna de Boscombe.

Sherlock Holmes, como ocurría cada vez que estaba frente a hechos nuevos, se transformó. Quienes sólo conocían al tranquilo pensador y razonador de Baker Street, difícilmente lo habrían reconocido. Su cara se encendía por momentos y en otros se ensombrecía. Sus cejas se apretaban en dos líneas duras y negras por debajo de las cuales brillaban sus ojos con destellos de acero. Inclinaba la cara hacia el suelo, arqueaba los hombros, comprimía los labios y en su cuello largo y tenso sobresalían las venas como cuerdas de un látigo. Las ventanas de su nariz parecían dilatarse con un placer por la caza puramente animal y su mente estaba tan concentrada en el problema que tenía delante, que a cualquier pregunta u observación que se le hiciera no le prestaba la menor atención o, en el mejor de los casos, sólo provocaba en él un ligero e impaciente gruñido a modo de respuesta. Avanzó rápida y silenciosamente a lo largo del sendero que corría entre las praderas el cual, después de atravesar los árboles, desembocaba en la laguna de Boscombe. Como toda la región, era esa una zona húmeda y pantanosa y se veían huellas de muchos pies, tanto en el sendero como en el pasto corto que había a ambos lados de éste. Por momentos Holmes se apresuraba; otros se paraba en seco y en una oportunidad hizo un pequeño rodeo por el interior de la pradera. Lestrade y yo caminábamos detrás; el detective, con una actitud indiferente y desdeñosa, mientras yo observaba a mi amigo convencido de que cada uno de sus movimientos se dirigía a un fin preciso.

La laguna de Boscombe, una pequeña extensión de agua, de unas cincuenta yardas, rodeada de un cañaveral, se hallaba entre los límites que separaban la granja Hatherley y el parque privado del acaudalado señor Turner. Por encima de los bosques lejanos se veían los rojos y sobresalientes pináculos de la residencia del rico propietario. En el lado de la laguna correspondiente a Hatherley, los árboles se espesaban y había un estrecho cinturón de hierbas empapada, de unos veinte pasos, que se extendía entre el borde del bosque y el cañaveral junto al lago. Lestrade nos mostró el lugar exacto donde se encontró el cadáver; el terreno estaba tan húmedo que vi con toda nitidez las huellas que habían quedado al caer el hombre asesinado. Como pude darme cuenta por la expresión ansiosa y la mirada penetrante de Holmes, había muchas cosas más que se podían leer en esa hierba pisoteada. Corrió de un lado a otro, como un perro que persigue un determinado olor, y luego se volvió hacia mi acompañante.

-¿Por qué se metió en la laguna? -le preguntó.

-Estuve pescando con un rastrillo. Pensé que acaso hubiera un arma u otras huellas. Pero ¿cómo diablos...?

-Bueno..., bueno..., no tengo tiempo. Por todas partes veo las huellas que ha dejado su pie izquierdo. Son inconfundibles porque presentan un ligero retorcimiento hacia adentro. Hasta un topo podría seguirlas... Ahí desaparecen entre los juncos. ¡Oh! ¡Cuánto más sencillo habría sido todo si yo hubiera llegado antes de que pasara esa manada de búfalos que ha pisoteado todo cuanto hay! Por aquí vino el grupo que acompañaba al guarda del pabellón. Se ven las huellas en una extensión de seis u ocho pies alrededor de donde estaba el cadáver. Aquí hay tres del mismo pie.

Sacó la lupa y, a fin de observar mejor, se tendió sobre su impermeable hablando más consigo mismo que con nosotros.

-Estas marcas pertenecen a los pies del joven McCarthy. Caminó dos veces y en otra corrió a toda velocidad. Se nota porque han quedado bien impresas las huellas de las suelas y apenas se ven las de los tacones. Esto da fe de su declaración. Corrió al ver a su padre en el suelo. Aquí se ven las pisadas del padre cuando se paseaba de un lado a otro. Y esto... ¿qué es, entonces? Es la culata de la escopeta, cuando el hijo estaba de pie, escuchando. ¿Y esto? ¡Ajá! ¿Qué vemos aquí? Huellas de alguien que caminaba en puntas de pie. Pero las botas no son nada comunes; tienen la puntera cuadrada. Vienen..., van..., vuelven otra vez... Por supuesto, era para buscar la capa. Ahora bien, ¿de dónde vienen?

Holmes corría en varias direcciones; a veces perdía la pista, otras volvía a encontrarla, hasta que llegamos al borde del bosque, a la sombra de una gran haya, el árbol más voluminoso del lugar. Holmes siguió la huella hasta el extremo más alejado del árbol y se tendió una vez más profiriendo un gritito de satisfacción. Permaneció allí un rato largo, dando vuelta las hojas y los palos secos, recogiendo de un sobre lo que a mí me pareció polvo, examinando con la lupa no sólo el terreno sino la corteza del árbol hasta donde podía alcanzarlo. Examinó también una piedra mellada que encontró entre el musgo, y se la guardó. Luego siguió por un sendero del bosque hasta llegar a la carretera, donde se perdían las huellas por completo.

-El caso es sumamente interesante -observó recuperando su tono habitual-. Me imagino que esa casa gris, a la derecha, es el pabellón. Voy a ir para hablar unas palabras con Moran y tal vez escriba una carta. Después de eso, iremos en coche a almorzar. Vayan hasta el cab, que yo me reuniré en seguida con ustedes.

Demoramos unos diez minutos hasta llegar al coche, el cual nos condujo de vuelta a Ross. Holmes llevaba consigo la piedra que había recogido en el bosque.

-Acaso le interese esto, Lestrade -comentó, mostrándole la piedra-. Con ella se cometió el crimen.

-No veo ninguna marca.

-No las tiene.

-Entonces, ¿cómo lo sabe?

-Debajo de ella crecía aún la hierba; por lo tanto, hacía pocos días que estaba ahí. No había señal alguna del lugar donde fue recogida. Dada la naturaleza de las heridas, fue con una piedra así que se cometió el crimen. Además, no hay rastros de otra arma.

-¿Y el asesino?

-Es un hombre alto, zurdo, cojea del pie derecho, calza botas de caza de suela gruesa, usa capa gris, fuma cigarros de la India y lo hace con boquilla y lleva en el bolsillo un cortaplumas sin filo. Hay otras señales, pero éstas tal vez basten para nuestra pesquisa.

Lestrade lanzó una carcajada, y dijo:

-Sigo siendo incrédulo. Todas las teorías son buenas, pero nosotros tenemos que enfrentarnos con un jurado británico testarudo.

-Nous verrons -contestó con calma Holmes-. Siga usted sus propios métodos y yo seguiré los míos. Estaré ocupado esta tarde y posiblemente regrese a Londres en el tren de la noche.

-¿Y va a dejar el caso inconcluso?

-No, terminado.

-¿Y el misterio?

-Está resuelto.

-¿Quién es el asesino, entonces?

-El caballero que acabo de describir.

-Pero ¿quién es?

-No le será difícil averiguarlo, por supuesto. La zona no está muy poblada.

Lestrade se encogió de hombros y dijo:

-Soy un hombre práctico y no puedo andar por toda la comarca buscando un zurdo que cojea de una pierna. Me convertiría en el hazmerreír de Scotland Yard.

-Muy bien -respondió tranquilamente Holmes-. Le he dado la oportunidad. Hemos negado a su albergue. Adiós. Le escribiré una nota antes de irme.

Después de dejar a Lestrade en sus habitaciones, nos fuimos en coche a nuestro hotel, donde ya estaba servido el almuerzo. Holmes permaneció en silencio hundido en sus pensamientos, con una expresión de pena en la cara como quien está frente a una situación que lo ha dejado perplejo.

Cuando levantaron el mantel me dijo:

-Veamos, Watson siéntese en esta silla y permítame que le predique un poco. No sé exactamente qué hacer y su consejo me será de gran ayuda. Encienda un cigarro y déjeme que le explique.

-Se lo ruego, por favor.

-Bien, al considerar este caso hay dos puntos acerca de lo dicho por el joven McCarthy que me sorprendieron, si bien a mí me impresionaron a favor de él y a usted en su contra. Uno era el hecho de que su padre diera el grito de ¡Cuií! antes de haberlo visto. El otro fue esa extraña palabra, rat, que pronunció el moribundo, Musitó otras, como usted comprende, pero ésa fue la única que oyó el hijo. Ahora bien; nuestras investigaciones deben comenzar a partir de estos dos puntos, y es de suponer que lo declarado por el muchacho es absolutamente cierto.

-¿Qué hay, pues, de ese ¡cuií!?

-Evidentemente, no estaba dirigido al hijo pues, según creía el padre, aquél se encontraba en Bristol. Fue una mera casualidad que llegara a oídos del muchacho. El grito fue pronunciado con el fin de atraer la atención de la persona con quien el señor McCarthy se había citado. Es un grito característico de los habitantes de Australia. Existe la fuerte presunción de que a quien esperaba McCarthy en la laguna de Boscombe era alguien que había estado en Australia.

-¿Y qué hay de esa palabra rat, entonces?

Sherlock Holmes sacó de su bolsillo, un papel plegado y lo desdobló sobre la mesa, diciendo:

-Este es el mapa de la colonia de Victoria. Telegrafié anoche a Bristol y pedí que me envíen uno.

Puso una mano en una parte del mapa y me preguntó:

-¿Qué lee?

- "Rat" -contesté.

Y luego, levantando la mano:

-Y ahora, ¿qué lee?

-"Ballarat".

-Perfectamente. Esa fue la palabra que pronunció el hombre, sólo que el hijo oyó la última sílaba. Intentaba decir el nombre de su asesino: Fulano de Tal, de Ballarat.

-¡Maravillo! -exclamé.

-Es evidente. Ya ve; lo que he hecho es ir reduciendo cada vez más el campo. La posesión de una prenda de vestir de color gris era un tercer punto, dando por sentado que lo dicho por el hijo era cierto. Con ello pasamos de lo vago a la noción concreta de un australiano de Ballarat con una capa gris.

-Por supuesto.

-Y que se mueve en esta región como en su propia casa, pues sólo se puede llegar a la laguna por la granja o por la finca, lugares por los que es difícil que caminen extraños.

-Ciertamente.

-Vayamos entonces a nuestra expedición de hoy. Del examen que hice del terreno, saqué los insignificantes detalles que le di a Lestrade, en lo que a la personalidad del asesino se refiere.

- Pero, ¿cómo los obtuvo?

-Conoce usted mi método. Se funda en la observación de minucias.

-La altura pudo usted calcularla aproximadamente por el ancho de los pasos. También pudo deducir las botas que usaba por las huellas que dejó impresas en el suelo.

-Sí, eran unas botas muy especiales.

-Pero, ¿y su cojera?

-Las huellas del pie derecho se notaban menos que las del izquierdo, lo que significaba que se apoyaba sobre ese pie con menos peso. ¿Por qué? Pues porque era cojo

-¿Y cómo dedujo que era zurdo?

-A usted mismo lo sorprendió la índole de la herida, de acuerdo con el informe suministrado por el cirujano en la investigación. El golpe fue dado de cerca y por detrás, sobre el lado izquierdo. ¿Cómo podría haber sido así de no ser zurdo el atacante? El asesino se mantuvo oculto detrás del árbol mientras duró la entrevista entre padre e hijo. Inclusive fumó durante ese lapso. Encontré ceniza de un cigarro. Con mi especial conocimiento sobre tabacos, pude establecer que se trataba de un cigarro de la India. Como usted sabe, he dedicado cierta atención a este asunto y escrito una breve monografía sobre las cenizas de unas ciento cuarenta variedades diferentes de tabaco para pipa, cigarros y cigarrillos. Después de haber encontrado la ceniza me fijé alrededor y descubrí la colilla que había arrojado. Se trataba de un cigarro de la India, de la variedad que se prepara en Rotterdam.

-¿Y lo de la boquilla?

-Vi que el asesino no se había puesto el cigarro en la boca; por lo tanto, usaba boquilla, la punta había sido cortada, pero el corte era disparejo, por lo que deduje que el cortaplumas no estaba afilado.

-Holmes -le dijo-, ha tejido usted una red en torno de este hombre, de la que no podrá escapar, y ha salvado una vida inocente. Es como si hubiera cortado la cuerda con la que iban a ahorcarle. Ya veo en qué dirección apunta todo esto: el culpable es...

-El señor John Turner -anunció el camarero abriendo la puerta de nuestro cuarto de estar y haciendo pasar al visitante.

El hombre que entró presentaba un aspecto extraño e impresionante. Su paso, lento y renqueante, y sus hombros arqueados daban la sensación de decrepitud. Sin embargo, las líneas de la cara, profundas y duras, y sus enormes miembros denotaban que poseía una fortaleza poco común tanto en lo físico como en su carácter. La barba enmarañada, la cabellera canosa y las cejas abundantes le daban un aspecto de dignidad y fuerza, pero la cara era de un blanco ceniciento mientras que los labios y los ángulos de las ventanas de su nariz adquirían un tono azulado. A simple vista me di cuenta de que el hombre estaba atacado por una enfermedad crónica y mortal.

-Por favor, siéntese en el sofá -dijo gentilmente Holmes-. ¿Recibió mi nota?

-Sí, me la trajo el guarda del pabellón. Me decía usted que quería verme aquí para evitar el escándalo.

-Supuse que daría que hablar a la gente si yo iba a su casa.

-¿Para qué desea verme?

Miró a mi compañero con una expresión de desesperanza en sus ojos fatigados, como si su pregunta ya estuviese contestada.

-Sí -dijo Holmes, respondiendo más la mirada que las palabras-. Así es. Sé todo lo que se refiere a McCarthy.

El anciano hundió la cara en las manos, exclamando:

-¡Qué Dios me ayude! Pero de ninguna manera habría permitido yo que le ocurriera daño alguno al joven. Le doy mi palabra de que habría confesado todo si el jurado lo hubiera declarado culpable.

-Me alegra oírle decir eso -agregó Holmes en forma severa.

-Habría hablado ahora mismo de no haber sido por mi hija querida. Le destrozaría el corazón saber que he sido detenido.

-Tal vez no llegue a eso -dijo Holmes.

-¿Cómo?

-No soy un funcionario policial. Entiendo que fue su hija quien requirió mi presencia en este lugar y actuó según sus intereses. Empero, el joven McCarthy debe ser puesto en libertad.

-Soy un moribundo -dijo el anciano Turner-. Durante años he sufrido de diabetes. Mi médico dice que a lo sumo viviré un mes más, pero preferiría morir bajo mi propio techo antes que en la cárcel.

Holmes se incorporó y se sentó a la mesa con la pluma en la mano y un rollo de papeles delante.

-Cuéntenos la verdad -dijo-. Yo anotaré los hechos. Usted firmará y Watson, aquí presente, actuará de testigo. En último caso mostraré su confesión para salvar al joven McCarthy. Le prometo que no haré uso de ella a menos que sea absolutamente necesario.

-De acuerdo -dijo el anciano-. Se trata de saber si yo viviré hasta que se reúna el jurado, de modo que para mí reviste poca importancia, pero quisiera ahorrarle a Alicia ese dolor. Ahora voy a aclararle todo. Me llevó mucho tiempo llevarlo a cabo, pero no necesitaré tanto para contarlo. Usted no conoció al muerto, a ese McCarthy. Era la personificación del demonio, se lo aseguro. Dios lo libre de caer bajo las garras de un hombre como él. Me tuvo bajo su poder en estos últimos veinte años y arruinó mi vida. Le diré primero cómo caí bajo sus garras. Ocurrió en los primeros años de la década 1860-1870, en las excavaciones mineras. Entonces era yo joven inquiete y de sangre ardiente, dispuesto a cualquier cosa. Caí en malas compañías, me dediqué a la bebida, no tuve suerte con los reclamos que efectué en las minas, me largué al monte y, en una palabra, me convertí en lo que usted llamaría un salteador de caminos. Conmigo había cinco más y llevábamos una vida libre y salvaje, asaltando de tanto en tanto una granja de ovejas o deteniendo los vagones que iban a las minas Tomé el nombre de Jack de Ballarat y todavía se acuerdan en la colonia de la banda de Ballarat. Un día nos enteramos que venía de Melbourne a Ballarat un convoy cargado de oro y nos mantuvimos al acecho para atacarlo. La escolta estaba integrada por seis hombres a caballo y como nosotros también éramos seis, estábamos en igualdad de condiciones, A la primera descarga derribamos a cuatro, si bien murieron tres de nosotros antes de apoderarnos del botín. Coloqué la boca de mi pistola en la cabeza del hombre que conducía el vagón, que era ese mismo McCarthy. ¡Ojalá hubiera disparado contra él en ese momento! Le perdoné la vida, pero vi cómo clavaba sus ojos perversos en mi cara como queriendo recordar cada uno de mis rasgos. Huimos con el oro, nos convertimos en hombres ricos y regresamos a Inglaterra sin despertar sospechas. Cuando llegamos, me despedí de mis viejos compinches y decidí llevar una vida tranquila y respetable. Compré esta propiedad, que por casualidad estaba en venta, y me dediqué a hacer algunas buenas obras con mi dinero, a modo de reparación por el modo con que lo había obtenido. Me casé y, aunque mi mujer murió joven, me dejó a mi querida y pequeña Alicia. Cuando era aún bebé, su manecita parecía señalarme el camino recto que debía seguir, como nada hasta ese momento me lo había indicado. En una palabra, di vuelta la hoja y procuré rehacer mi pasado. Todo marchaba bien hasta que McCarthy puso sus garras sobre mí. Había ido a la ciudad para arreglar una operación monetaria cuando lo encontré en Regent Street, vestido y calzado miserablemente. "Aquí nos tienes, Jack -me dijo, tocándome el brazo-. Seremos como de tu familia. Somos dos, mi hijo y yo, y puedes mantenernos. De lo contrario... Inglaterra es un hermoso país, respetuoso de la ley y siempre hay un vigilante al alcance de la voz". Así fue como vinieron a esta zona y no hubo medios de sacármelos de encima. Desde entonces vivieron en mis mejores tierras sin pagar arrendamiento. Ya no hubo descanso, ni paz ni olvido para mí. Hacia cualquier parte que fuera ahí estaba su cara astuta y su falsa risa. Las cosas empeoraron cuando Alicia creció, pues se dio cuenta de que yo tenía más miedo de que ella conociera mi pasado que la policía. Debía entregarle todo lo que me pedía sin discutir: tierras, dinero, casas, hasta que por último me pidió algo que no podía concederle. Me pidió a Alicia. El hijo de él al igual que mi hija, habían crecido, y como sabía que mi salud era débil, le pareció un golpe espléndido que el muchacho entrara en posesión de toda la propiedad. Pero en ese sentido me mantuve firme. De ninguna manera habría permitido que su casta maldita se mezclara con la de los míos. No es que me disgustara el muchacho, pero por sus venas corría la misma sangre que por las del padre y eso me bastaba. Pese a mi firmeza, McCarthy comenzó a amenazarme. Lo desafié a que recurriera a los peores medios. Teníamos que encontrarnos en la laguna a mitad del camino entre nuestras respectivas casas, para hablar del asunto. Cuando llegué lo vi conversando con su hijo. Encendí un cigarro y esperé detrás de un árbol hasta que el muchacho se fuera. Pero al escuchar lo que decía, toda mi amargura salió a la superficie. Instó a su hijo para que se casara con mi hija, con tan poca consideración por lo que pudiera pensar ella como si se tratara de una mujer de la calle. Perdí la razón al pensar que todo lo que para mí era más querido estaba a merced de semejante hombre ¿Cómo podría romper los lazos que me ataban a él? Yo era un hombre moribundo y desesperado. Aunque conservaba aún mi lucidez mental y tenía bastante vigor físico, sabía que mi destino estaba sellado. ¡Pero mi hija y mi nombre! Podía salvar a ambos si conseguía silenciar esa lengua maldita. Y lo hice, señor Holmes, y lo volvería a hacer otra vez. Por más pecados que haya cometido, he llevado una vida de mártir para expiarlos. Pero de sólo pensar que mi hija se viese envuelta en la misma maraña que me atrapó a mí era más de lo que podía soportar. No sentí más remordimiento cuando lo derribé de un golpe del que habría experimentado al matar a una bestia feroz y venenosa. El grito que profirió hizo que regresara el hijo, pero yo me había ocultado ya en el bosque, aunque me vi obligado a volver para buscar la capa que se me había caído en la huida. Esta es, señores, la verdad de todo lo que ocurrió.

-No me toca a mí juzgarlo -dijo Holmes mientras el anciano firmaba la declaración-. Quiera Dios que nunca nos veamos expuestos a semejante tentación.

-Lo mismo digo, señor. ¿Qué piensa hacer ahora?

-Nada, teniendo en cuenta su salud. Usted mismo sabe que pronto deberá responder por sus hechos ante un tribunal más alto que el jurado. Conservaré su confesión, y si McCarthy resulta condenado, me veré obligado a servirme de ella. De lo contrario, jamás ningún mortal la verá. En cuanto a su secreto, ya viva usted o después de muerto, estará seguro con nosotros.

-Adiós, entonces -dijo el anciano solemnemente-. Cuando les llegue la hora de la muerte, tendrán el consuelo de saber que dieron paz a este moribundo.

El anciano salió lentamente de la habitación. Los temblores sacudían su cuerpo de gigante.

-¡Dios, nos ayude! -exclamó Holmes, después de un largo silencio-. ¿Por qué el destino nos juega tales tretas a nosotros, pobres gusanos indefensos? No puedo oír hablar de casos como éste sin recordar las palabras de Baxter: “Ahí va Sherlock Holmes, pero sólo por la gracia de Dios”.


El jurado absolvió a James McCarthy basándose en las objeciones que Holmes sometió a consideración del abogado defensor. El anciano Turner vivió aún siete meses más después de nuestra entrevista, pero ha muerto ya. Y es casi seguro de que el hijo y la hija de los principales personajes de esta historia vivan juntos y felices, ignorantes de la negra nube que ensombrece su pasado.

Cuento "Un escándalo en Bohemia".

Un escándalo en Bohemia
[Cuento. Texto completo]

Arthur Conan Doyle
Para Sherlock Holmes ella es siempre la mujer. Rara vez he oído que la mencione por otro nombre. A sus ojos, ella eclipsa al resto del sexo débil. No es que haya sentido por Irene Adler una emoción que pueda compararse al amor. Todas las emociones, y ésa particularmente, son opuestas a su mente fría, precisa, pero admirablemente equilibrada. Es, puedo asegurarlo, la máquina de observación y razonamiento más perfecta que el mundo ha visto; pero como amante, como enamorado, Sherlock Holmes había estado en una posición completamente falsa. Jamás hablaba de las pasiones, aun de las más suaves, sin un dejo de burla y desprecio. Eran cosas admirables para el observador... excelentes para recorrer el velo de los motivos y acciones de los hombres. Pero para el razonador preparado, admitir tales intromisiones en su propio temperamento, cuidadosamente ajustado, era introducir un factor que distraería y descompensaría todos los delicados resultados mentales. Una basura en un instrumento sensitivo o una grieta en un lente finísimo, no habría sido más perjudicial que una emoción intensa en una naturaleza como la suya. Y, sin embargo, para él no hubo más que una mujer, y esa mujer fue la difunta Irene Adler, de dudosa y turbia memoria.
Había visto poco a Holmes últimamente. Mi matrimonio nos había alejado. Mi propia felicidad y los intereses domésticos que surgén alrededor del hombre que se encuentra por primera vez convertido en amo y señor de su casa, eran suficientes para absorber toda mi atención; mientras que Holmes, que odiaba cualquier forma de sociedad con toda su alma de bohemio, permaneció en nuestras habitaciones de Baker Street, sumergido entre sus viejos libros y alternando, de semana en semana, entre la cocaína con la ambición, la somnolencia de la droga con la feroz energía de su propia naturaleza inquieta. Continuaba, como siempre, profundamente interesado en el estudio del crimen y ocupando sus inmensas facultades y sus extraordinarios poderes de observación en seguir las pistas y aclarar los misterios que habían sido abandonados por la policía oficial, como casos desesperados. De vez en cuando escuchaba algún vago relato de sus hazañas: su intervención en el caso del asesinato Trepoff, en Odessa; su solución en la singular tragedia de los hermanos Atkinson, en Trincomalee, y, finalmente, en la misión que había realizado, con tanto éxito, para la familia reinante de Holanda. Sin embargo, más allá de estas muestras de actividad, que me concretaba a compartir con todos los lectores de la prensa diaria, sabía muy poco de mi antiguo amigo y compañero.

Una noche -fue el 20 de marzo de 1888- volvía de visitar a un paciente (había vuelto al ejercicio de mi profesión como médico civil), cuando mi recorrido de regreso a casa me obligó a pasar por Baker Street. Al pasar por aquella puerta tan familiar para mí, que siempre estará asociada en mi mente a la época de mi noviazgo y a los oscuros incidentes del Estudio en escarlata, me sentí invadido por un intenso deseo de ver a Holmes y de saber cómo estaba empleando, ahora, sus extraordinarias facultades. Sus habitaciones estaban brillantemente iluminadas. Al levantar la mirada hacia ellas, noté su figura alta y esbelta pasar dos veces, convertida en negra silueta, cerca de la cortina. Estaba recorriendo la habitación rápida, ansiosamente, con la cabeza sumida en el pecho y las manos unidas a la espalda. Para mí, que conocía a fondo cada uno de sus hábitos y de sus estados de ánimo, su actitud y su comportamiento eran reveladores. Estaba trabajando de nuevo. Se había sacudido de sus ensueños toxicómanos y estaba sobre la pista candente de algún nuevo caso. Toqué la campanilla y fui conducido a la sala que por tanto tiempo compartí con Sherlock.

No fue muy efusivo. Rara vez lo era; pero creo que se alegró de verme. Casi sin decir palabra, aunque con los ojos brillándole bondadosamente, me indicó un sillón, me arrojó su cajetilla de cigarrillos y señaló hacia una botella de whisky y un sifón que había encima de una cómoda. Entonces se puso de pie frente al fuego y me miró con el detenimiento tan peculiar de él.

-El matrimonio le sienta bien -me dijo-. Creo, Watson, que ha aumentado unas siete libras y media desde que no nos vemos.

-Siete -contesté yo.

-Debí haber pensado un poco más antes de decir eso... Y veo que está ejerciendo de nuevo. No me había dicho que intentaba dedicarse a su profesión.

-Entonces, ¿cómo lo sabe?

-Lo veo, lo deduzco. ¿Como sé que se ha estado exponiendo mucho a la lluvia últimamente y que tiene una criada torpe y descuidada?

-Mi querido Holmes -protesté yo-, esto es demasiado. Si hubiera vivido hace unos siglos, habría muerto en la hoguera por brujería. Es cierto que el jueves salí a dar un paseo por el campo y llegué a casa empapado; pero me he cambiado de ropa y no puedo imaginarme cómo deduce esto. En cuanto a Mary Jane, es incorregible y mi esposa la ha despedido; tampoco imagino cómo logró adivinarlo.

Holmes sonrió para sí y se frotó las manos largas y nerviosas.

-Es la simplicidad misma. Mis ojos me dicen que en la parte exterior de su zapato izquierdo, exactamente donde alumbra mejor la luz, la piel está raspada toscamente en seis lugares, trazando rayas paralelas. Obviamente esto ha sido causado por alguien que trató de quitar el lodo que cubría el zapato, pero lo hizo con positiva torpeza, sin cuidado alguno. De ahí mi doble deducción de que se expuso a la lluvia y de que tiene un espécimen en particular incompetente de la maligna servidumbre londinense. En cuanto al ejercicio de su profesión, si un caballero entra en esta habitación oliendo a yodoformo, con una mancha negra de nitrato de plata en el índice derecho y una prominencia a un lado del sombrero de copa, mostrando dónde ha escondido su estetoscopio, necesitaría ser muy tonto para no declararlo miembro activo de la profesión médica.

Pude evitar echarme a reír por la facilidad con que explicaba sus deducciones.

-Cuando le oigo exponer sus razonamientos -comenté-, la cuestión me parece siempre tan ridículamente simple, que me siento seguro de que podría haber hecho fácilmente las mismas deducciones que usted. Sin embargo, a cada nuevo caso que se me presenta de sus aparentemente extraños poderes, me siento desconcertado hasta que me explica el proceso que siguió. Y no obstante, creo tener tan buenos ojos como usted.

-Es posible -contestó encendiendo un cigarrillo y dejándose caer en un sillón-. Usted ve, pero no observa. La distinción es perfectamente clara. Por ejemplo, usted ha visto con frecuencia la escalera que conduce del vestíbulo a esta habitación.

-Ciertamente.

-¿Cuántas veces?

-Bueno, varios centenares de ocasiones.

-Entonces, podrá decirme cuántos hay.

-¿Cuántos escalones? No sé.

-¿Ahora comprende? Usted no ha observado, a pesar de haber visto. Eso es lo que quería decirle. Ahora bien, yo sé que hay diecisiete escalones, porque he visto y he observado. Por cierto, ya que está interesado en estos problemitas y que ha sido lo bastante amable como para publicar una o dos de mis experiencias, quizá le guste ver esto -me entregó una hoja de papel grueso, de un suave tono sonrosado, que había estado hasta entonces sobre la mesa-. Me llegó en el correo de la tarde. Léala en voz alta.

La nota no tenía fecha, ni firma, ni domicilio del remitente. Decía:

Visitará a usted esta noche, faltando un cuarto para las ocho, un caballero que desea consultar a usted sobre un asunto de extrema importancia. Sus recientes servicios a una de las casas reales de Europa ha demostrado que es usted persona a quien puede confiarse asunto de tal importancia, que nada de lo que se dijera al respecto resultaría exagerado. Estos datos de usted de todas partes hemos recibido. Procure, por tanto, estar en su casa a esa hora, y no se sorprenda si su visitante se presenta enmascarado.

-Este es un asunto realmente misterioso -comenté-. ¿Qué cree que puede significar?

-No tengo datos todavía. Es un error capital tratar de formular teorías antes de tener datos. Insensiblemente, uno empieza a retorcer los hechos para que se adapten a las teorías, en lugar de que las teorías se adapten a los hechos. Pero, ¿qué deduce de la nota misma?

Examiné con cuidado la escritura y el papel que habían usado para escribir.

-El hombre que la escribió está en buenas condiciones económicas -comenté tratando de imitar el raciocinio de mi compañero-. Este papel no puede adquirirse por menos de media corona el paquete. Es peculiarmente grueso y resistente.

-Peculiar... ésa es la palabra exacta -dijo Holmes-. No es papel inglés. Colóquelo contra la luz.

Lo hice y vi una E mayúscula con una g minúscula, una P y una G mayúsculas con una t minúscula, marcadas en la superficie del papel.

-¿Qué deduce de esto? -preguntó Holmes.

-Es el nombre del fabricante, sin duda; o más bien, su monograma.

-De ningún modo. La G mayúscula con la t minúscula significan Gesellschaft, que es el equivalente en alemán de Compañía. Es la abreviatura acostumbrada, equivalente a nuestra Cía. La P, desde luego, significa Papier. Ahora veamos lo de la Eg. Consultemos nuestra Guía continental -bajó un pesado volumen marrón de uno de los anaqueles-. Eglow, Eglonitz... aquí estamos, Egria. Es un país en que hablan alemán... en Bohemia, no lejos de Carlsbad. "Notable por haber sido la escena de la muerte de Wallenstein, y por sus numerosas fábricas de vidrio y de papel." ¡Ja! ¡Ja! ¿Qué le parece eso, hijo mío? -sus ojos brillaban y arrojó una gran nube azulosa de su cigarrillo.

-El papel fue hecho en Bohemia -exclamé.

-Precisamente. Y el hombre que escribió la nota es alemán. Note la construcción un poco forzada de esa frase: "Estos datos de usted de todas partes hemos recibido". Un francés o un ruso no hubiera escrito así. Es el alemán quien cambia la construcción de las frases en esa forma. Sólo queda, por tanto, descubrir qué desea este alemán que escribe en papel bohemio y que prefiere usar una máscara a mostrar su rostro. Y aquí viene, si no me equivoco, a resolver todas nuestras dudas.

Se escuchó el ruido claro de las herraduras de los caballos y el rozar de las ruedas sobre el pavimento, seguidos por el llamado brusco de la campanilla. Holmes silbó.

-Son dos caballos, lo deduzco por el ruido de las pisadas -dijo-. Sí -continuó, asomándose por la ventana-. Es un elegante carruaje con dos verdaderos ejemplares equinos. Cuando menos de ciento cincuenta guineas cada uno. En este caso hay dinero, Watson, a falta de otra cosa.

-Creo que será mejor que me vaya, Holmes.

-De ningún modo, doctor. Quédese donde está.

Esto promete ser interesante. Sería una lástima que se lo perdiera.

-Pero... un cliente...

-No se preocupe por él. Quizá yo necesite su ayuda, o quizás él mismo la requiera. Aquí viene. Siéntese en ese sillón, doctor, y préstenos toda su atención.

Unos pasos lentos y pesados, que se habían escuchado en las escaleras y en el corredor, se detuvieron exactamente frente a nuestra puerta. Entonces se escuchó un llamado brusco e imperativo.

-¡Pase! -ordenó Holmes.

Entró un hombre que difícilmente medía menos de dos metros de estatura, con el pecho y las extremidades de un Hércules. Su apariencia era la de un personaje rico, con una ostentación que en Inglaterra se habría considerado muy cercana al mal gusto. Gruesas bandas de astracán atravesaban las mangas y el frente de su gabán cruzado, mientras que su gran capa de un paño azul índigo, estaba ribeteada y forrada con seda de color rojo subido. La aseguraba a su cuello con un broche que tenía una solitaria y gigantesca aguamarina. Las elegantes botas que se extendían hasta la mitad de la pantorrilla, completaban la impresión de bárbara opulencia que sugería toda su apariencia. Llevaba en la mano un sombrero de ala ancha y su rostro estaba casi oculto tras una gran máscara negra, en forma de antifaz, que parecía haberse colocado en aquel momento, pues, al entrar, todavía tenía levantada la mano hacia la máscara. La parte inferior de la cara, que quedaba al descubierto, revelaba un hombre de carácter fuerte, con labios gruesos y prominentes, y una barbilla larga y puntiaguda que sugería una resolución rayana en la necedad.

-¿Recibió usted mi nota? -preguntó con voz áspera y profunda y con acento alemán muy marcado-. En ella le avisaba que vendría.

Nos miró a los dos, sin saber a quién dirigirse.

-Le suplico que tome asiento -dijo Holmes-. Éste es mi amigo el doctor Watson, quien en algunas ocasiones ha tenido la bondad de ayudarme a solucionar mis casos. ¿A quién tengo el honor de dirigirme?

-Habla usted con el conde Von Kramm, un noble bohemio. Tengo entendido que este caballero, su amigo, es un hombre de honor y discreción, en cuya presencia puedo hablar sobre un asunto de la más grande importancia. Si no, preferiría hablar a solas con usted.

Me levanté para irme, pero Holmes me tomó del brazo y me obligó a volver a instalarme en el sillón.

-Los dos o ninguno -dijo-. Puede usted decir ante este caballero cualquier cosa que pueda decirme a mí.

El conde encogió sus anchos hombros.

-Entonces empezaré por suplicar a ustedes absoluto silencio respecto al asunto que me trae aquí, dentro de los dos próximos años. Al final de ese tiempo, el asunto ya no tendrá importancia. Por el momento debo señalar que no es exagerado afirmar que la cuestión es de tal magnitud que podría influir en la historia europea.

-Prometo discreción -aseguró Holmes.

-Y yo también.

-Ustedes perdonarán esta máscara -continuó nuestro extraño visitante-. La augusta persona que me emplea desea que su agente sea desconocido para ustedes, y debo confesarles que el título que yo mismo me he dado hace un momento no es precisamente el mío.

-Lo comprendí, desde luego -dijo Holmes secamente.

-Las circunstancias son muy delicadas y deben tomarse todas las precauciones para evitar lo que amenaza ser un inminente escándalo y que podría comprometer seriamente a una de las familias reinantes de Europa. Para hablar francamente, el asunto gira en torno de la gran Casa de Ormstein, soberanos de Bohemia por generaciones.

-También me di cuenta de eso -murmuró Holmes, sumiéndose en su sillón y cerrando los ojos.

Nuestro visitante miró, sorprendido, la figura lánguida y perezosa del hombre que le había sido descrito como el razonador más genial y el agente investigador más activo de Europa. Holmes abrió lentamente los ojos y miró con impaciencia a su cliente.

-Si Su Majestad tiene la bondad de explicarme su problema, podré aconsejarle mejor.

El hombre se levantó de su silla de un salto y empezó a recorrer la habitación de un lado a otro, con muestras de agitación incontrolable. Entonces, con un gesto de desesperación, se arrancó la máscara del rostro y la arrojó al suelo.

-Tiene razón -gritó-, soy el rey. ¿Para qué tratar de ocultarlo?

-Es cierto, ¿para qué? -murmuró Holmes-. Su Majestad no había hablado aún y yo ya sabía que me estaba dirigiendo a Wilhelm Gottsreich Sigismond von Ormstein, gran duque de Cassel-Felstein y rey de Bohemia por herencia.

-Debe comprender -dijo nuestro extraño visitante, sentándose de nuevo y pasando la mano sobre su ancha y blanca frente-, debe comprender que no estoy acostumbrado a hacer estos negocios personalmente. Sin embargo, el asunto era tan delicado que no quise confiarlo a un agente. Eso habría significado quedar a su merced. He venido de incógnito, desde Praga, con el objeto de consultarle a usted.

-Entonces, le suplico que haga su consulta -dijo Holmes, cerrando los ojos una vez más.

-Los hechos, en concreto, son los siguientes: hace unos cinco años, durante una prolongada visita a Varsovia, trabé conocimiento con la bien conocida aventurera Irene Adler. El nombre es, sin duda alguna, familiar para usted.

-Tenga la bondad de ver qué dice mi índice sobre ella, doctor -murmuró Holmes sin abrir los ojos. Durante muchos años había adoptado el sistema de anotar todos los párrafos referentes a hombres y cosas que se publicaban en los periódicos, de tal modo que era difícil mencionar un tema o a una persona sin que él pudiera contar de inmediato con información al respecto. En este caso, encontré la biografía de la mujer entre la de un rabí hebreo y la de un marino que había escrito una monografía sobre los peces que habitan en los mares profundos.

-¡Déjeme ver! -exclamó Holmes-. ¡Hum! Nació en Nueva Jersey en el año de 1858. Contralto... ¡hum! La Scala... ¡hum! Prima donna de la Opera Imperial de Varsovia... ¡sí! Retirada de la escena... ¡ajá! Viviendo en Londres actualmente... ¡eso es! Su Majestad, entiendo, se mezcló con esta joven, le escribió algunas cartas comprometedoras y ahora está deseoso de recobrar esas cartas.

-Precisamente. Pero ¿cómo...?

-¿Hubo un matrimonio secreto?

-No.

-¿Nada de papeles legales o certificados?

-Ninguno.

-Entonces, no acierto a comprender a Su Majestad. Si esta joven presentara sus cartas para realizar un chantaje, o con cualquier otro propósito, ¿cómo iba a probar su autenticidad?

-Por la escritura.

-¡Bah! Falsificada.

-Mi papel privado.

-Robado.

-Mi propio sello.

-Imitado.

-Mi fotografía.

-Comprada.

-Los dos estamos en la fotografía.

-¡Ah, caramba! ¡Eso sí es terrible! Su Majestad cometió una tremenda indiscreción al fotografiarse así.

-Estaba enamorado... loco.

-Se ha comprometido muy seriamente.

-En aquel entonces era sólo príncipe. Era joven. Aun ahora no tengo más que treinta años.

-Esa fotografía debe recobrarse.

-Hemos tratado de hacerlo, y hemos fracasado.

-Su Majestad tendrá que pagar. Debe ser comprada.

-Ella no la venderá.

Robada, entonces.

-Se han hecho cinco intentos. En dos ocasiones, ladrones a mi servicio han registrado su casa. Una vez le robamos el equipaje cuando iba de viaje. Dos veces la han registrado mujeres pagadas por mí. Sin resultado.

-¿No hay rastros del retrato?

-Absolutamente ninguno.

Holmes se echó a reír.

-Es un problemita bastante complicado -dijo.

-Y muy serio para mí -contestó el rey en tono de reproche.

-Mucho, realmente. ¿Y qué se propone hacer con la fotografía?

-Arruinarme.

-Pero, ¿cómo?

-Estoy a punto de casarme.

-Eso he sabido.

-Con Clotilde Lothman von Saxe-Meiningen, hija segunda del rey de Escandinavia. Quizá conozca usted los estrictos principios de su familia. Ella misma es la personificación de la delicadeza. Una sombra de duda en cuanto a mi conducta, pondría fin a nuestro compromiso matrimonial.

-¿E Irene Adler?

-Amenaza con enviarles la fotografía. Y lo hará. Sé muy bien que lo hará. Usted no la conoce, pero tiene un alma de acero. Tiene el rostro de la más hermosa de las mujeres y la mente del más resuelto de los hombres. Para evitar que yo me case con otra mujer, no hay extremos a los que ella no sea capaz de ir... no los hay.

-¿Está seguro de que no la ha enviado todavía?

-Estoy seguro.

-¿Por qué?

-Porque me dijo que la enviaría el día que el matrimonio fuera proclamado públicamente. Eso será el próximo lunes.

-¡Oh!, entonces nos quedan tres días aún -dijo Holmes con un bostezo-. Es una gran fortuna, pues tengo uno o dos asuntos de importancia que atender por el momento. Su Majestad, desde luego, pasará unos días en Londres, ¿no?

-Ciertamente. Me encontrará en el Langham, bajo el nombre de conde Von Kramm.

-Entonces lo visitaré para notificarle sobre el progreso de nuestras indagaciones.

-Le ruego que lo haga. Vivo invadido por la ansiedad.

-¿Y qué me dice respecto al dinero?

-Tiene usted carte blanche.1

-¿Absolutamente?

-Le aseguro que le daría una de las provincias de mi reino por esa fotografía.

-¿Y en lo que se refiere a los gastos de momento?

El rey sacó una pesada bolsa de cuero del interior de su gabán y la colocó sobre la mesa.

-Hay trescientas libras en oro y setecientas en billetes -dijo.

Holmes extendió un recibo por la cantidad en una hoja de papel y se lo entregó.

-¿Sabe usted cuál es el domicilio de la dama? -preguntó.

-Es Briony Lodge, Serpentine Avenue, St. John's Wood.

Holmes tomó nota de aquellos datos.

-Otra pregunta -dijo con aspecto pensativo-. ¿Era de cuerpo entero la fotografía?

-Entonces, buenas noches, Su Majestad. Confío en que pronto tendremos buenas noticias para usted. Y buenas noches, Watson -añadió mientras el carruaje real se alejaba estrepitosamente-. Si tiene la bondad de visitarme mañana por la tarde, a las tres en punto, tendré mucho gusto en discutir este asunto con usted.



II

A las tres en punto del día siguiente estaba yo en la casa de Baker Street, pero Holmes no había vuelto aún. La patrona me informó que había salido de la casa poco después de las ocho de la mañana. Me senté cerca del fuego, sin embargo, con intención de esperarlo por mucho que tardara en volver. El nuevo caso había despertado profundamente mi interés, porque aun cuando no estaba rodeado de la tragedia y de los aspectos extraños de los dos crímenes en que yo había intervenido antes, la naturaleza del caso y la importancia de su cliente le daban un interés especial a mis ojos. Además, aparte de la naturaleza de la investigación que mi amigo tenía a mano, había algo tan maravilloso en su magistral dominio de las situaciones y en su agudo e incisivo razonamiento, que para mí era un placer poder estudiar su sistema de trabajo y seguir los métodos rápidos y sutiles por medio de los cuales desentrañaba los más confusos misterios. Tan acostumbrado estaba yo a su éxito invariable, que la simple posibilidad de un fracaso me resultaba inconcebible.

Fue cerca de las cuatro de la tarde cuando se abrió la puerta y entró en la habitación un mozo de caballerizas, sucio, barbudo, con aspecto alcohólico, rostro abotagado y ropas destrozadas. Aunque estaba acostumbrado a la extraordinaria habilidad de mi amigo para disfrazarse, tuve que mirarlo tres veces antes de estar seguro de que era él realmente. Moviendo la cabeza a modo de saludo, desapareció por la puerta que conducía a la alcoba y salió cinco minutos después, ya cuidadosamente arreglado y limpio, y como siempre, vestido con su traje de casimir. Se metió las manos en los bolsillos, extendió las piernas frente a la hoguera y se echó a reír alegremente durante varios minutos.

De vez en cuando lanzaba alguna exclamación ininteligible, para después continuar riendo como un loco, hasta que quedó inmóvil, exhausto, sobre la silla.

-¿De qué se ríe?

-De una cosa graciosa. Estoy seguro de que usted no podría nunca adivinar cómo empleé la mañana o qué terminé por hacer.

-No puedo imaginarlo. Supongo que ha estado vigilando los hábitos y, probablemente, la casa de la señorita Irene Adler.

-Exactamente, pero me ocurrieron cosas en verdad extraordinarias. Salí de la casa poco después de las ocho de la mañana, disfrazado como mozo de caballeriza, sin trabajo. Hay una maravillosa simpatía y camaradería entre los miembros de esta profesión. Pronto encontré Briony Lodge. Es una villa amplia, con un jardín en la parte posterior, con una gran estancia a la derecha, muy bien amueblada, con largas ventanas que llegan casi hasta el suelo, aseguradas con esos aldabones ingleses que hasta un niño puede abrir. A más de eso no era un edificio nada notable. Observé que se podía entrar a una de las ventanas por el techo de la caballeriza. Di varias vueltas alrededor de la casa y la examiné desde todos los ángulos, pero sin notar ninguna otra cosa que despertara mi interés.

"Estuve vagando por la calle un rato y me fui acercando hasta el lado del jardín, en tanto que los mozos atendían a los caballos. Me presté a ayudarlos y recibí como compensación dos peniques, un vaso de vino, un poco de tabaco corriente y toda la información deseable acerca de la señorita Adler, para no decir nada de media docena más de personas del barrio, en quienes no tengo el más mínimo interés, pero cuyas biografías fui obligado a escuchar."

-¿Y qué me dice de Irene Adler? -pregunté.

-¡Oh!, ha vuelto locos a todos los hombres de esa parte de la ciudad. Es la muchacha más bonita que hay en este planeta, en opinión de los mozos. Vive tranquilamente, canta en conciertos, sale a pasear todos los días a las cinco y vuelve a cenar exactamente a las siete. Raras ocasiones sale a otra hora, excepto cuando canta. Tiene un solo visitante masculino, aunque es un visitante muy constante. Es un tipo alto, guapo y atrevido; nunca la visita menos de una vez al día y a veces lo hace dos. Es un tal señor Godfrey Norton. ¿Ve la ventaja de ser el confidente de un cochero? Mis amigos improvisados lo han llevado varias veces a su casa en Inner Temple y saben todo lo que se puede saber respecto a él. Mientras escuchaba todo esto, yo pensaba en mi plan de campaña.

"Este Godfrey Norton es evidentemente un factor importante en el asunto. Supe que era abogado. No pude menos de preguntarme qué relación existía entre ellos y cuál era el objeto de sus frecuentes visitas. ¿Era Irene su cliente, su amiga o su amante? En el primer caso, probablemente le había entregado la fotografía a él, para que se la guardara. Si era lo último, resultaba menos probable. Y de esta cuestión dependía que continuara trabajando en Briony Lodge o que volviera mi atención a las habitaciones de este caballero en el Temple; era un punto delicado y ampliaba el campo de mis investigaciones. Me temo que le estoy aburriendo con estos detalles, pero tengo que explicarle estas pequeñas dificultades para que comprenda la situación."

-Le escucho con gran interés -contesté.

-Estaba todavía estudiando mentalmente la cuestión, cuando un coche se detuvo frente a Briony Lodge y un caballero descendió de él. Era un hombre notablemente apuesto, moreno, de facciones regulares y espeso bigote... evidentemente se trataba del caballero de quien había oído hablar. Parecía tener mucha prisa. Gritó al cochero que lo esperara y pasó corriendo frente a la doncella que le abrió la puerta, con la confianza de un hombre que está en su propia casa.

"Estuvo en el interior de la casa, aproximadamente una hora. Durante este tiempo pude verlo a través de los cristales de las ventanas que corresponden a la sala, dando vueltas de un lado a otro y moviendo los brazos como si hablara con gran excitación. No vi a Irene Adler durante ese tiempo. Por fin salió, con aspecto más agitado del que traía al llegar. Al subir al coche sacó un reloj de oro del bolsillo, consultó la hora y gritó con voz desesperada:

"-¡Vámonos como alma que lleva el diablo! Primero a Gross & Hankey, en Regent Street, y luego a la iglesia de Santa Mónica, en Edgeware Road. ¡Media guinea si logra hacer esto en veinte minutos!

"El coche partió y empezaba a preguntarme si no sería buena idea seguirlo, cuando salió de la caballeriza de Briony Lodge un carruaje pequeño. El cochero traía la librea sólo abotonada a medias y la corbata sin arreglar como si hubiera sido llamado rápidamente. Apenas había llegado el carruaje a la puerta de la casa, cuando Irene salió bruscamente de ella y subió con igual rapidez al coche. Sólo la vi un instante, pero bastó para que notara que era una mujer encantadora, con un rostro por el que cualquier hombre moriría con gusto.

"-¡A la iglesia de Santa Mónica, John! -gritó-. Y te doy medio soberano si llegas en veinte minutos.

"Aquello se ponía demasiado interesante para que yo me lo perdiera, Watson. Empezaba a meditar en si debía arriesgarme a ser visto, subiéndome a la parte posterior de su pequeño carruaje, cuando se acercó por el otro lado de la calle un coche de alquiler. El cochero me miró con desconfianza, pero yo salté al interior del carruaje antes de que pudiera protestar.

"-¡A la iglesia de Santa Mónica! -le ordené-. Y medio soberano será suyo si llega en veinte minutos.

"Faltaban veinticinco minutos para las doce, así que estaba perfectamente claro lo que se proponían.

"Mi cochero se portó muy bien. No creo que jamás haya conducido a tanta velocidad, pero los otros ya estaban allí cuando llegamos. El coche y el pequeño carruaje de Irene se encontraban a la puerta de la iglesia. Pagué al cochero y entré. No había un alma en el interior, con la excepción de los dos personajes a quienes venía siguiendo, y el sacerdote que se encontraba frente a ellos. Los tres formaban un apretado nudo frente al altar. Empecé a caminar lentamente por el pasillo central de la nave, como cualquier otro vagabundo que se ha metido en una iglesia a falta de otra cosa que hacer. De pronto, ante mi sorpresa, las tres personas del altar volvieron su rostro y Godfrey Norton se echó a correr en dirección a mí.

"-¡Gracias a Dios! -gritó-. Usted nos servira. ¡Venga! ¡Venga!

"-¿Qué quiere de mí? -pregunté.

"-Venga, hombre, venga; es sólo cosa de tres minutos. Si no, no será legal.

"Casi me arrastraron hasta el altar y antes de que me diera cuenta de lo que estaba haciendo, murmuraba respuestas que me decían al oído y declaraba cosas de las que no sabía absolutamente nada. Simplemente estaba ayudando a realizar el acto de unir en matrimonio a Irene Adler, soltera, con Godfrey Norton, soltero. Todo fue hecho en un instante y me encontré con una dama dándome las gracias por un lado, un caballero dándome las gracias por el otro, y el sacerdote, enfrente de mí, haciéndome una leve caravana. Era la posición más extraña en que me había encontrado en mi vida, y el pensar en ello fue lo que me produjo el acceso de risa que sufrí hace un momento. Parece que había cierta informalidad en su licencia y que el sacerdote se negaba terminantemente a casarlos sin un testigo. Mi aparición en la iglesia evitó al novio tener que echarse a correr por las calles en busca de un padrino. La novia me dio un soberano y pienso usarlo en la cadena de mi reloj, en recuerdo de la ocasión."

-Las cosas han tomado un curso inesperado -dije yo-, ¿y entonces qué pasó?

Bueno, encontré que mis planes estaban muy seriamente amenazados. Parecía que la pareja se disponía a partir de inmediato y eso exigía medidas rápidas y enérgicas de mi parte. En la puerta de la iglesia, sin embargo, se separaron. Él se dirigió al Temple y ella a su propia casa.

"-Saldré al parque a las cinco, como de costumbre -dijo ella al separarse de su flamante marido. No oí más. Partieron en diferentes direcciones y yo me marché para hacer mis propios arreglos."

-¿Cuáles son? -pregunté.

-Un poco de fiambre y un vaso de cerveza -ordenó Sherlock al ver entrar a la sirvienta, haciendo caso omiso de mi pregunta-. He estado tan ocupado que no he tenido tiempo de pensar en comer. Y estaré aún más ocupado esta tarde. Por cierto, doctor, quiero su cooperación.

-Encantado de servirle.

-¿No le importa faltar a la ley?

-No, en lo más mínimo.

-¿Ni correr el riesgo de ser arrestado?

-No, si es por una buena causa.

-¡Oh, la causa es excelente!

-Entonces soy el hombre que necesita.

-Ya sabía yo que podía contar con usted.

-Pero, ¿qué es lo que desea de mí?

-Cuando la señora Turner haya traído lo que le pedí, me explicaré con más claridad -dijo. Un momento después entraba nuestra patrona con la frugal comida ordenada por mi amigo y éste se lanzaba hambriento sobre ella-. Tendremos que discutir el asunto mientras como, pues no dispongo de mucho tiempo. Son casi las cinco. Dentro de dos horas tenemos que entrar en acción. La señorita, o más bien la señora Irene, vuelve a las siete de su paseo. Debemos estar en Briony Lodge para recibirla.

-¿Y qué haremos entonces?

-Usted debe dejar las cosas en mis manos. Ya he arreglado lo que va a ocurrir entonces. Hay un solo punto en el que debo insistir. Usted no debe intervenir, pase lo que pase. ¿Entendido?

-¿Debo ser neutral?

-No debe hacer absolutamente nada. Probablemente habrá algunos incidentes desagradables. No intervenga en ellos. Los sucesos concluirán en que me conduzcan a la casa. Cuatro o cinco minutos después se abrirá una de las ventanas de la sala. Usted entonces se acercará a esa ventana abierta.

-Sí.

-Se fijará en mí, pues para entonces estaré al alcance de su vista.

-Sí.

-Y cuando levante mi mano... así... arrojará a la habitación lo que le voy a dar. Y al mismo tiempo lanzará el grito de: "¡Fuego!" ¿Me entiende?

-Perfectamente.

-No es nada notable -dijo extrayendo de su bolsillo un rollo con la forma de un habano-. Es un ordinario cohete de humo, que estalla por sí solo al chocar contra el suelo. Su misión se concreta a eso. Al dar el grito, atraerá probablemente cierto número de curiosos. Pero usted debe caminar tranquilamente hacia la esquina de la calle y esperarme allí. Yo me reuniré con usted diez minutos después. Espero haberme explicado con claridad.

-Sí. Yo debo permanecer neutral, acercarme a la ventana abierta, para observarlo, y arrojar este objeto a una señal suya, al mismo tiempo que lanzo el grito de fuego. Entonces lo esperaré en la esquina de la calle.

-Exactamente.

-Puede confiar en mí.

-Está muy bien. Creo que es casi hora de que me prepare para el nuevo papel que tendré que interpretar.

Desapareció en su alcoba y volvió unos minutos después en el personaje de un amable y sencillo sacerdote de la Iglesia "No Conformista". Su ancho sombrero negro, sus pantalones sueltos, su corbata blanca, su sonrisa simpática y su expresión de benevolente curiosidad lo caracterizaban de un modo realmente notable. No era simplemente que Holmes cambiara de traje. Su expresión, sus modales, su propia alma parecían variar con cada nuevo papel que asumía. El teatro perdió un magnífico actor, al igual que la ciencia perdió un extraordinario investigador, cuando Sherlock Holmes se decidió a convertirse en un especialista en criminología.

Eran las seis y cuarto cuando salimos de Baker Street y aún faltaban diez minutos para la hora cuando nos encontramos en Serpentine Avenue. Ya había oscurecido y las lámparas empezaban a ser encendidas, cuando nos colocamos frente a Briony Lodge, en espera de la llegada de la dueña de la mansión. La casa era como me la había imaginado por la descripción que me hizo Sherlock Holmes, pero el sitio parecía menos tranquilo de lo que esperaba. Por el contrario, para una calle pequeña, de un vecindario lejano, estaba notablemente animada. Había un grupo de hombres pobremente vestidos, fumando y riendo en una esquina. Un afilador daba vuelta a su rueda, dos hombres flirteaban con una sirvienta, y varios jóvenes bien vestidos recorrían la calle ociosamente, de un lado a otro, con cigarrillos en la boca.

-Como usted comprenderá -comentó Holmes, mientras paseábamos frente a la casa-, este matrimonio simplifica el asunto. La fotografía se convierte ahora en un arma de dos filos. Todas las probabilidades son de que ella esté tan poco dispuesta a que la vea el señor Godfrey Norton como nuestro cliente lo está a que caiga en poder de su princesa. Ahora la cuestión estriba en dónde podremos encontrar la fotografía.

-¿En dónde realmente?

-Es poco probable que la traiga consigo. Debe ser una foto grande y no resulta fácil para una mujer esconder algo así. Además, la han registrado dos veces y debe sospechar que el rey está decidido a repetir la hazaña. Podemos dar por hecho, entonces, que no la trae consigo.

-¿En dónde la tiene, entonces?

-Con su banquero o con su abogado. Esa es una doble posibilidad, pero no me inclino mucho a ella. Las mujeres son discretas con sus propios secretos. ¿Por qué había de entregarla a manos ajenas? Además, recuerde que ha resuelto usarla dentro de pocos días. Debe estar al alcance de sus manos. Debe estar en su propia casa.

-Pero, la han registrado dos veces.

-¡Bah! Deben haberlo hecho individuos que no saben buscar.

-¿Y cómo va a buscar usted?

-Yo no buscaré.

-¿Qué hará, entonces?

-Haré que ella me muestre dónde está.

-Se negará a hacerlo.

-No podrá. Pero ya oigo el rumor de las ruedas. Es su carruaje. Ahora cumpla mis órdenes al pie de la letra.

Mientras decía eso, las luces de los faroles laterales de un carruaje trazaron la curva de la avenida. Era un carruaje pequeño, que se detuvo a las puertas de Briony Lodge. En el momento en que lo hizo, uno de los hombres que se encontraban en la esquina corrió para abrir la portezuela, con la esperanza de ganarse una moneda, pero fue empujado por otro de los vagabundos, que había echado a correr con la misma intención. Una feroz reyerta se inició con aquel incidente. Los dos hombres que antes habían estado flirteando con las sirvientas, se pusieron a defender a uno de los jovenzuelos, logrando con su intervención solamente hacer más grande el escándalo. El afilador se entrometió también en el asunto y dio el primer golpe, dirigido a uno de los guardias. Un instante después, la dama que había descendido de su carruaje, era el centro de un pequeño nudo de hombres que se lanzaban puñetazos y patadas a diestra y siniestra. Holmes se introdujo en la multitud para proteger a la dama; pero en el momento en que llegaba a su lado, lanzó un grito, cayó al suelo y la sangre empezó a manar abundantemente de su rostro. Al verlo caer, los guardias se echaron a correr en una dirección y los vagabundos en otra, mientras que un grupo de personas mejor vestidas, que habían observado la pelea sin tomar parte en ella, se acercaron para ayudar a la muchacha y para atender al herido. Irene Adler, como la seguiré llamando, había corrido hacia los escalones de su casa, pero al llegar a lo alto de ellos, se detuvo, con su figura excepcional claramente delineada por las luces del vestíbulo, volviendo la mirada hacia la calle.

-¿Está mal herido el caballero? -preguntó.

-Está muerto -dijeron varias voces.

-No, no. Todavía está con vida -gritó alguien-. Pero morirá antes de que pueda ser conducido al hospital.

-Es un hombre valiente -dijo una mujer-. Se habrían llevado el bolso de la señorita y su reloj, si no hubiera sido por él. Esos hombres deben formar una pandilla peligrosa. ¡Ah! Ya empieza a respirar.

-No lo podemos dejar tirado en la calle. ¿No podríamos meterlo en su casa, señora?

-Desde luego. Tráiganlo a la sala. Hay un sofá aquí. Pasen por acá, por favor.

Lenta y solemnemente mi amigo fue conducido al interior de Briony Lodge y acostado en la habitación principal, mientras yo observaba todo desde mi puesto, cerca de la ventana. Las lámparas habían sido encendidas, pero los cortinajes no fueron corridos, de tal modo que podía ver claramente a Holmes, tendido en el sofá. Yo no sé si mi amigo es capaz de un sentimiento así, pero sí sé que yo me sentí profundamente avergonzado y arrepentido de la falta que estábamos cometiendo cuando vi a aquella hermosísima criatura, contra quien estábamos conspirando, inclinarse en un gesto lleno de gracia y bondad sobre el "anciano lastimado". Pero habría sido la más negra traición a Holmes fallarle en el asunto que me había encomendado. Traté de endurecer mi corazón y saqué de mi chaqueta el cohete de humo. "Después de todo", pensé, "no le estamos haciendo un daño real. Sólo estamos impidiendo que haga daño a otros".

Holmes estaba sentado ahora en el sofá y lo vi moverse como quien necesita desesperadamente una bocanada de aire. Una doncella corrió y abrió la ventana. En el mismo instante lo vi levantar una mano. Era la señal. Arrojé el cohete a la habitación y grité al mismo tiempo:

-¡Fuego!

La palabra apenas había salido de mi boca, cuando toda la multitud de espectadores -caballeros, mozos, sirvientas y vagabundos- se unieron en un grito general de "¡Fuego, fuego!" Gruesas nubes de humo salieron de la habitación por la ventana abierta. Percibí por el rabillo del ojo la carrera de varias personas en el interior de la casa y, un momento después, escuché la voz de Holmes asegurando que era una falsa alarma. Deslizándome por entre la multitud de curiosos y gritones, logré alejarme del lugar y llegué hasta la esquina de la calle. Diez minutos más tarde, Holmes se encontraba a mi lado. Me tomó del brazo y nos alejamos tranquilamente de aquel loco barullo. Caminamos rápida y silenciosamente durante algún tiempo, hasta que dimos vuelta hacia una de las tranquilas calles que conducen hacia Edgeware Road.

-Se portó usted muy bien, doctor -comentó-. Nada podía haber salido mejor.

-¿Tiene usted la fotografía?

-No, pero sé dónde está.

-¿Y cómo lo averiguó?

-Ella me mostró el lugar, como le dije que lo haría.

-Todavía no comprendo.

-No quiero que esto le siga pareciendo un misterio -murmuró él echándose a reír-. El asunto es perfectamente simple. Usted, desde luego, comprendió que todas las personas que estaban en la calle eran cómplices míos. Es un grupo de actores al que contraté para mi servicio exclusivo durante estas horas.

-Me lo supuse.

-Bueno, cuando la pelea se inició, tenía un poco de pintura roja, fresca, en la mano. Corrí, me dejé caer, me llevé la mano al rostro y me convertí en un conmovedor espectáculo. Es un viejo truco.

-También sospeché eso.

-Entonces me llevaron al interior de la casa. Ella no iba a permitir que aquel pobre anciano que la había salvado se quedara en la calle. ¿Qué otra cosa podía hacer? Y me llevó a la sala, que era exactamente la habitación en que yo sospechaba que estaba la fotografía. Tenía que estar allí o en su alcoba. Y yo estaba decidido a averiguar en dónde. Me tendieron en un sofá, yo pedí a gritos un poco de aire, abrieron la ventana y usted hizo lo demás.

-¿En qué le ayudó lo que hice?

-Era absolutamente importante. Cuando una mujer piensa que la casa se ha incendiado, su instinto la hace correr a rescatar lo que mayor valor tiene para ella. Es un impulso incontrolable y más de una vez me he aprovechado de él. En el caso del escándalo de Darlington me fue de gran utilidad, al igual que en el asunto del castillo Arnsworth. Una madre corre por su hijo... una mujer soltera corre a rescatar sus joyas. Yo comprendía que nuestra dama no tenía en la casa nada más valioso para ella que la fotografía que estamos buscando. Correría a buscarla, para ponerla a salvo. La alarma de fuego resultó perfecta. El humo y los gritos eran como para alterar los nervios de cualquiera, aun a las personas de nervios de acero. Nuestra amiga reaccionó tal como lo pensé. La fotografía está en un anaquel secreto de la pared de la sala, exactamente arriba de la campanilla. Se encontró allí en un instante y pude verla en el momento en que corría la puerta disimulada. Cuando grité que era una falsa alarma, la volvió a colocar en su sitio, miró el cohete, salió corriendo de la habitación y no he vuelto a verla desde entonces. Me levanté y, después de excusarme, salí de la casa. No me decidí a apoderarme de la fotografía de inmediato, porque el cochero había entrado a la sala y me estaba observando fijamente. Me pareció más seguro esperar. La precipitación puede arruinar todo.

"Nuestra misión está prácticamente terminada. Mañana llamaré al rey, y con usted, si quiere venir, iremos directamente a la casa de nuestra amiguita. Nos llevarán a la sala para esperar, pero lo más probable es que cuando llegue no nos encuentre a nosotros ni a la fotografía. Será una satisfacción para Su Majestad recobrarla con sus propias manos."

-¿Y cuándo iremos, dice usted?

-A las ocho de la mañana. Aún no se habrá levantado, de tal modo que tendremos el campo libre. Además, debemos apresurarnos, porque este matrimonio puede significar un cambio completo en su vida y en sus hábitos. Debo telegrafiar al rey sin demora.

Habíamos llegado a Baker Street y nos habíamos detenido frente a la puerta. Mientras él buscaba las llaves en su bolsillo, pasó alguien diciendo:

-Buenas noches, señor Sherlock Holmes.

Había varias personas en la calle en ese momento, pero el saludo parecía proceder de un joven delgado que venía en un carruaje abierto, pero que continuó su camino de inmediato.

-He oído antes de ahora esa voz -dijo Holmes, siguiendo con la mirada el carruaje, iluminado apenas por la luz del farol callejero-. Pero no sé quién pueda haber sido ese jovencito.



III

Dormí esa noche en Baker Street y estábamos gozando de nuestra taza de café y nuestras tostadas mañaneras, cuando el rey de Bohemia entró precipitadamente en la habitación.

-¿De verdad la ha obtenido? -gritó tomando a Sherlock Holmes de los hombros y mirándolo ansiosamente a la cara.

-Todavía no.

-Pero, ¿tiene esperanzas?

-Sí las tengo.

-Entonces, venga. Estoy impaciente por partir.

-Necesitaremos un coche.

-Tengo mi carruaje afuera, esperando.

-Entonces eso simplificará las cosas.

Descendimos y partimos de nuevo hacia Briony Lodge.

-Irene Adler se ha casado -comentó Holmes.

-¡Casado! ¿Cuándo?

-Ayer.

-Pero, ¿con quién?

-Con un abogado inglés apellidado Norton.

-Pero... ella no puede amarlo.

-Tengo profundas esperanzas de que lo ame.

-¿Por qué?

-Porque salvaría a Su Majestad de todo temor de futuras molestias. Si la dama ama a su esposo, no ama a Su Majestad. Y si no ama a Su Majestad, no hay razón para que se interponga en los planes de Su Majestad.

-Es cierto. Y, sin embargo... bueno, quisiera que hubiera sido de mi clase y posición. ¡Qué reina tan magnífica habría sido! -lanzó un suspiro y se sumió en un malhumorado silencio que no fue interrumpido hasta que llegamos a Serpentine Avenue.

La puerta de Briony Lodge estaba abierta y una dama anciana se encontraba en lo alto de los escalones. Nos miró con expresión sardónica, mientras descendíamos del carruaje.

-El señor Sherlock Holmes, supongo -dijo.

-Yo soy el señor Holmes -contestó mi compañero con expresión interrogadora y asombrada.

-Desde luego. Mi señora me aseguró que era muy probable que viniera usted a buscarla. Salió esta mañana con su esposo, en el tren de las 5:15. Partió hacia el continente.

-¡Qué! -Sherlock Holmes retrocedió tambaleándose, pálido de ira y de sorpresa-. ¿Quiere decirme que ha salido de Inglaterra?

-Sí, para no volver nunca.

-¿Y los papeles? -preguntó el rey con voz ronca-. ¡Todo está perdido!

-Ya veremos -empujó a la sirvienta a un lado y corrió hacia la sala, seguido por el rey y por mí. Los muebles estaban esparcidos en todas direcciones; los anaqueles se veían vacíos; los cajones estaban abiertos. Todo parecía indicar que la dama había recogido rápidamente sus pertenencias antes de emprender aquella precipitada fuga. Holmes se acercó al tiro de la campanilla, corrió una puertecilla secreta y extrajo una fotografía y una carta. La fotografía era de la propia Irene Adler sola, vestida en traje de gala. La carta estaba dirigida a Sherlock Holmes. Mi amigo la abrió y los tres la leímos al mismo tiempo. Estaba fechada a la medianoche del día anterior y decía lo siguiente:

Mi querido señor Sherlock Holmes:

Realmente lo hizo usted muy bien. Me sorprendió por completo. Hasta la alarma de incendio no concebí la menor sospecha. Pero entonces, cuando descubrí cómo me había traicionado yo misma, empecé a pensar. Ya me habían prevenido contra usted desde hacía meses. Me habían dicho que si el rey empleaba un agente, ése sería usted. Y me dieron su dirección. Sin embargo, a pesar de todo esto, me hizo revelarle lo que quería saber. Aun después de concebir sospechas, encontré difícil desconfiar de un sacerdote tan gentil y anciano. Pero, como usted sabe, yo misma he estudiado el arte de la representación. El disfraz masculino no es nada nuevo para mí. Con frecuencia me aprovecho de la libertad que da. Envié a John, el cochero, a vigilarlo, corrí escaleras arriba, me puse mi traje especial de paseo, como llamo a mi disfraz, y bajé en el momento en que usted se marchaba.

Bueno, le seguí hasta la puerta para asegurarme de que en realidad era objeto de interés para el célebre Sherlock Holmes. Entonces, un poco imprudentemente, le di las buenas noches y partí hacia el Temple, para reunirme con mi esposo.

Los dos pensamos que el mejor recurso era la huída, ya que teníamos frente a nosotros a un antagonista formidable. Por tanto, cuando venga a buscarnos mañana, encontrará el nido vacío. En cuanto a la fotografía, su cliente puede descansar en paz. Amo y soy amada por un hombre mejor que él. El rey puede hacer lo que guste, sin temor a que intervenga alguien a quien él traicionó cruelmente. Voy a conservarla como defensa. Es un arma poderosa que me defenderá de cualquier paso que en mi contra se pueda dar en el futuro. Le dejo una fotografía que quizá quiera conservar. Y yo quedo a sus órdenes, mi querido señor Sherlock Holmes, como su atenta servidora.

Irene Norton,

de soltera, Irene Adler

-¡Qué mujer...! ¡Oh, qué mujer! -gritó el rey de Bohemia cuando los tres terminamos de leer la epístola-. ¿No les dije lo rápida y resuelta que es? ¿No habría sido una reina admirable? ¿No es una lástima que no haya sido una mujer de mi nivel?

-De lo que he visto de esa dama, me parece que realmente está en un nivel muy diferente al de Su Majestad -dijo Holmes con frialdad-. Siento no haber podido llevar el negocio de Su Majestad a una conclusión más feliz.

-¡Por el contrario, mi querido señor! -gritó el rey-. ¡Nada pudo haber resultado mejor! Yo sé que la palabra de ella es inviolable. La fotografia está ahora tan segura como si estuviera en el fuego.

-Me alegra oír decir eso a Su Majestad.

-Me siento inmensamente agradecido con usted. Le suplico que me diga en qué forma puedo recompensarlo. Este anillo... -extrajo de su dedo un anillo en forma de serpiente, con una gran esmeralda en el centro, y lo extendió hasta mi amigo, colocándolo en la palma de su mano.

-Su Majestad tiene algo que vale mucho más para mí -dijo Holmes.

-No tiene más que pedirlo.

-¡Esta fotografía!

El rey lo miró con expresión de asombro.

-¿La fotografía de Irene? -gritó-. Si la quiere, es suya.

-Agradezco mucho esto a Su Majestad. Entonces, no queda nada más por hacer en este asunto. Tengo el honor de desear a usted muy buenos días -hizo una reverencia y se dio la vuelta sin hacer caso de la mano que el rey le extendía. Salió de la casa en mi compañía y nos dirigimos de nuevo a sus habitaciones.

Y así fue como terminó un escándalo que amenazaba afectar seriamente el reino de Bohemia. Y así fue también como los mejores planes de Sherlock Holmes fueron arruinados por el ingenio de una mujer. Antiguamente mi compañero acostumbraba burlarse mucho de la supuesta inteligencia femenina, pero no he oído que lo haga a últimas fechas. Y cuando habla de Irene Adler, o cuando se refiere a su fotografía, siempre lo hace bajo el honorable título de la mujer.